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JACINTO ANTÓN El País 2018 (3.5.18/24.3.18) LEIDO

miércoles, 26 de noviembre de 2025

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El teatro Tantarantana denuncia que le han cerrado la página de Facebook por mostrar un culo

La imagen publicitaba el nuevo espectáculo, una versión de ‘¿Quién teme a Virginia Woolf?’

El Teatro Tantarantana de Barcelona, una de las salas alternativas históricas de la ciudad, ha denunciado en un comunicado que esta mañana se ha eliminado su página de Facebook por subir a la misma la imagen de un culo, considerada “contenido pornográfico”. El teatro publicaba en dicha página el cartel anunciador del nuevo espectáculo, Masticar hielo, una “versión cañera” de ¿Quién teme a Virginia Woolf?, el clásico de Edward Albee. En el cartel aparece una mujer arrodillada ante un hombre, de espaldas, y aferrándole con la mano, con ganas, una nalga desnuda (y peluda).

“Revisando antecedentes”, explican los responsables del Tantarantana, “hemos comprobado que es la primera vez en el Estado español que se suspende la cuenta de Facebook de una entidad o empresa cultural por motivos de censura”. Y continúan: “En otros casos similares se ha eliminado la publicación, el post, pero no la cuenta responsable”. Los gestores del teatro afirman haberse puesto en contacto por escrito con Facebook para apelar su decisión y pedir que revisen el caso, ya que repasando sus Normas comunitarias “no hemos vulnerado ninguna base de su política”.

Los portavoces del Tantarantana recuerdan que dichas normas establecen que no se pueden publicar imágenes de lo siguiente (y citan): “Relaciones sexuales implícitas, definidas como bocas o genitales entrando en contacto con los genitales o el ano de otra persona, incluso si el contacto no se ve directamente, excepto en los siguientes casos: en el contexto de temas relacionados con la salud sexual, anuncios e imágenes de ficción reconocidas o con indicadores de ficción”. Y subrayan: “Es evidente que, tratándose de la página de un teatro y el cartel de un espectáculo, se trata de una imagen de ficción”.

La foto de la mujer y el trasero masculino, subrayan, corresponde a una escena del espectáculo y no a una fotografía montada para la promoción. Uno de los objetivos de subirla a Facebook era precisamente pedir su opinión sobre la imagen a los seguidores del teatro.

Mientras esperan respuesta de Facebook, deploran, “nos hemos quedado sin uno de nuestros principales canales de comunicación”. El Tantarantana cuenta con 10.000 seguidores en Facebook, que es su principal canal de contacto con su público. El teatro, que ha recibido muchas muestras de apoyo, considera que se trata de “un caso claro de censura en el ámbito cultural”.

Masticar hielo, de la compañía El Eje, tiene previsto su estreno en el Tantarantana el 16 de mayo. El teatro barcelonés, de gestión privada con ayudas públicas, se fundó en 1992 y ha experimentado diversas etapas y cambios de sede manteniéndose siempre como un elemento significativo del ecosistema escénico de la ciudad. Cuenta con subvenciones del Ministerio de Cultura, la Generalitat de Cataluña y el Ayuntamiento de Barcelona. El Tantarantana es miembro de la Red de Teatros Alternativos española y de la Asociación de empresa de teatro en Cataluña (Adetca). Entre los diferentes premios y reconocimientos que ha recibido en su historia figuran un premio Max en 2006 y el Premio de la Crítica a la mejor sala el año pasado.

 

Sanchis Sinisterra vuelve a casa

El dramaturgo regresa a la Sala Beckett con ‘El lugar donde rezan las putas’

José Sanchis Sinisterra en la nueva sala Beckett (detrás una foto del Nobel Samuel Beckett), ayer.

No se puede considerar a José Sanchis Sinisterra hijo pródigo de la Beckett, porque en realidad forma tan parte del disco duro de la sala, de la que fue fundador en 1989, como el propio Samuel Beckett, del que toma nombre el teatro. Pero la presentación ayer de El lugar donde rezan las putas, subtitulado Que lo dicho sea (frase de su siempre querido Cortázar), la nueva obra del dramaturgo, con la que debuta en la nueva, espléndida sede de la Beckett en Poble Nou (inaugurada hace dos años), tuvo algo de ceremonia de regreso a casa. Incluso hubo un pequeño ágape (no se ofreció un cabrito, cierto, sino un vermut). Y mucha emoción, que continuó luego por la noche con el estreno barcelonés de la pieza (en cartel hasta el domingo).

Es sabido que Sanchis Sinisterra (Max de Honor 2018) no ha podido disimular que es un sentimental ni siquiera en su época de brechtiano más acerbo, así que ahora... “Espero que mi maltrecho corazón, lo que no es una licencia poética sino una realidad cardiovascular, resista tantas emociones”, ironizó.

De la nueva Beckett dijo en broma que la envidia que siente “es difícil de ocultar” y ya en serio que le fascina lo que se ha conseguido “haciendo de necesidad virtud”, esa mixtura “ de viejo y nuevo”, que caracteriza el teatro y que “es una opción tanto estética como ideológica”.

“Cuando se nos pregunta por el secreto de la supervivencia de la Beckett todos estos años”, señáló Toni Casares, “decimos que hemos regado una semilla muy bien plantada”.

Le recibió con enorme cariño el director actual de la Beckett, Toni Casares, que recordó la peripecia de El Teatro Fronterizo y las generosas premisas con las que la compañía abrió su sede en Gràcia hace 30 años. “Hoy recibimos un proyecto de teatro ajeno, el espectáculo de un dramaturgo llamado Sanchis Sinisterra, un autor que nos suena un poco”, bromeó mientras el aludido mostraba una sonrisa grande como el círculo de tiza caucasiano.

“Cuando se nos pregunta por el secreto de la supervivencia de la Beckett todos estos años”, abundó Casares, “decimos que hemos regado una semilla muy bien plantada”.

De la obra apuntó que está llena de “sentido y contemporaneidad”, con lo que parecimos pasar de Brecht a Jane Austen, que todo cabía ayer en la memoria de la Beckett y Sanchis Sinisterra. También dijo Casares enorgullecerse de “en las actuales circunstancias, poder tener un espectáculo de Madrid en Barcelona”. Y es que El lugar donde rezan las putas etcétera es una producción del Teatro Español de Madrid que lleva en gira, “con primera salida más allá de Lavapiés en la Beckett”, el Nuevo Teatro Fronterizo ( el mirceaeliadeano retorno de la formación de Sanchis Sinisterra).

En la pieza, escrita por el autor para los actores Paula Iwasaki y Guillermo Serrano, dos jóvenes intérpretes, Rómulo y Patri, discuten sobre qué historia van a escenificar, si la de Hipatia de Alejandría y su discípulo Sinesio, arrastrados por la oleada antipagana de los cristianos vencedores, o la de Lise London (née Ricol) y su marido Artur London, que vieron como los sueños de la utopía comunista se disolvían en los crímenes del estalinismo y el Gulag.. La obra propone la posibilidad de abrir futuros diferentes en la historia, alternativas.

Ante la observación de Casares de que en la pieza se amalgaman otras varias de Sanchis Sinisterra y temas recurrentes suyos como el teatro dentro del teatro, los secundarios o la memoria histórica, el autor señaló que esa recuperación de temas y personajes de otras obras ha sido deliberada y consciente. “Me dije que quería volver al mundo de Ñaque, de El cerco de Leningrado, de ¡Ay Carmela!, de Figurantes”. Lo hizo tras una etapa en los años 90 en la que se prohibió a sí mismo escribir de teatro sobre el teatro, y le asaltó la inquietud de si no estaría escribiendo siempre la misma obra.

En todo caso, fue definitiva la aparición de Iwasaki y Serrano, que había interpretado un montaje de ¡Ay Carmela!, precisamente, y que Sanchis Sinisterra pudo ver en una excepcional representación en las mismísimas ruinas de Belchite. Los dos actores querían hacer algo más del dramaturgo y este les escribió El lugar donde rezan las putas.

Es una obra que plantea preguntas, recalcó Sanchis Sinisterra, que meditó que “ojalá” fuera teatro para un tiempo de rabia, como se ha dicho. Dijo que los protagonistas son interpelados por unas voces que se inspiran en los espectros, muertos y fantasmas de otras obras suyas y en realidad de todo el teatro universal desde Los persas y que significan una irrupción de lo sobrenatural. En la obra, resumió, confluyen “lo político, lo metateatral y lo fantástico”. Incluso hay una escena de posesión. Es una pieza que “no sigue una sola lógica sino varias”.

Reconoció en broma habérsele ido la mano. “Debía estar pasando yo alguna turbulencia psicopatológica”, río. Y sintetizó para el jolgorio general: “La obra es rarita, ¿o no?”.

Sanchis Sinisterra advirtió no obstante en la obra una coherencia “en este mundo caótico en el que el sentido parece haber dimitido de todo, empezando por la política”. En esta situación , refelexionó, “es posible encontrar coherencia en la poesía y en el teatro”.

 

 

La mariposa azul ya vuela en la Tàpies

 

El ejemplar de ‘Morpho helenor’ nacido ayer en la fundación invita al debate

Un niño observa la mariposa posada en el suelo de la Fundación Tàpies, ayer.

Núvol, cadira i... papallona. La Fundación Tàpies ha añadido otra seña de identidad, efímera, ¡ay!, a la célebre peineta escultórica de aluminio y acero Núvol i cadira (1990) que corona el edificio. Se trata de la ya afamada mariposa tropical de la especie Morpho helenorque nació ayer en el centro como proyecto artístico del creador barcelonés afincado en Brasil Daniel Steegmann Mangrané y que vuela libremente por las salas del museo. La iniciativa ha despertado gran interés y varias personas reconocieron ayer haber acudido a la Tàpìes atraidas por la mariposa. La presencia del lepidóptero también ha provocado debate por la utilización de un ser vivo en un acto artístico.

La mariposa nació ayer por la mañana. Permaneció varias horas húmeda aferrada al capullo verde del que había salido tras completar su paso de crisálida a adulto. Era una visión muy emocionante.

En esas primeras horas, la mariposa, miembro del espectacular género Morfo que habita las selvas de América del Sur y central y se caracteriza por el gran tamaño y el azul eléctrico intenso en el dorso de las alas, estuvo inmóvil secándose, familiarizándose con el espacio (suponemos) y con las alas cerradas. Así que no se podía ver aún el color característico sino solo la parte de debajo, ventral, de las alas que es parda.

La Morfo de la Tàpies en todo su esplendor, ayer.

Hasta pasado el mediodía la mariposa no se decidió a realizar su primer vuelo. Cuando lo hizo, descendio hasta la planta -1.

Por la tarde, en la entrada informaban amablemente de que el insecto estaba “por cerca del piano”. Se trata del piano de cola instalado en la gran sala hipóstila de columnas blancas, vacía por lo demás. Avanzaba uno en ese espacio como el explorador Henri Mouhot rastreando mariposas entre las ruinas de Angkor: con cuidado y silenciosamente, aunque sin cazamariposas. De entrada, no se veía nada. Curiosa experiencia la búsqueda entomológica en un museo.

¡Ahí estaba! Posada en la base de una columna, con las alas cerradas. Se dejó retratar con falsa indiferencia de estrella. Pero un selfie con ella ya le pareció demasiado. Abrió las alas y voló, desvelando, por fin, su azul y ofreciendo una de las visiones más maravillosas que quepa imaginar: una danza delicada en la que el dorso de las alas destelleaba bajo la luz cenital como en un sueño. Revoloteó entre las columnas y luego, como una bailarina abrumada por la belleza de su propia coreografía, se posó en el suelo. Daban ganas de aplaudir, pero por unos instantes fue difícil hasta respirar. ¡Qué espectáculo!: una Morfo azul danzando en el aire preñado de arte de la Fundación Tàpies.

Varios visitantes se acercaron a la mariposa. Algunos sabían de su presencia e incluso habían acudido a la Tàpies por ella, otros se mostraron fascinados al encontrársela inesperadamente. En el corrillo, se señaló el interés de propiciar así una reflexión sobre naturaleza y cultura. Alguien trajo a colación a Nabokov.

Hubo gente que se manifestó en desacuerdo con que a un ser vivo, aunque sea un insecto, se lo utilice de esa manera, enajenándolo de su medio (una joven estableció una curiosa diferenciación entre mariposas y escarabajos: a estos últimos, vino a decir con una mueca de asco, que les den y que les hagan lo que quieran —cosa que han hecho artistas como Jan Fabre, que los ha utilizado como materia de sus esculturas— ).

Otros visitantes, como Araceli y Jordi, expresaron una opinión ambivalente: por un lado dudas sobre la parte ética del asunto, por el otro, entusiasmo por la dimensión estética del proyecto.

A solas de nuevo con la mariposa, chupar un caramelo y ensalivarse el dedo se reveló un truco infalible para que se te suba en el índice (se las puede emborrachar mojando un plátano en cerveza). Permaneció unos instantes abriendo y cerrrando las alas mienttras libaba y volvió a despegar. Está prohibido tocar a la mariposa, lo que es lógico dada su fragilidad, y también porque dada la lógica de la exhibición se la ha elevado a la condición de objeto artístico.

Está previsto que el insecto pase en la Fundación las tres semanas de vida que constituyen la media de su existencia. Se teme que la afluencia de gente pueda causar algún prejuicio a la mariposa (i. e: que la chafen), sobre todo durante las visitas escolares.

Violación y pedofilia con alas

Las mariposas Morfo azules se encuentran entre las consideradas más bellas y existe toda una industria para capturarlas, prepararlas y venderlas. No tienen pigmento azul en las alas, el hermoso color iridiscente es un efecto óptico. Pese a que se las suele asociar con un mundo de prístina inocencia, las mariposas tienen su lado siniestro: algunos machos se aparean con las hembras mientras estas son aún pupas, lo que junta violación y pedofília.

 

Nace la mariposa de la Fundación Tàpies

El insecto, una espectacular Morfo azul, volará libre por el museo, y ya provoca debate

La mariposa de la Tàpies, hoy.

Hace apenas dos horas ha nacido la mariposa de la fundación Tàpies de Barcelona. De momento permanece aferrada al capullo verde del que ha salido tras completar su paso de crisálida a adulto. Es una visión muy emocionante. Hermosísima. De la vida abriéndose paso en un lugar tan inesperado como un museo. Ha tenido el detalle de no nacer ayer lunes que el centro estaba cerrado.

La mariposa, un espectacular espécimen de Morpho helenor, miembros del género neotropical (selvas de América del Sur y central) Morfo que se caracteriza por el gran tamaño y el azul eléctrico intenso en el dorso de las alas, permanece de momento inmóvil secándose y con las alas cerradas. Así que no se puede ver aún el color característico sino solo la parte de debajo, ventral, de las alas que es parda. Pronto emprenderá el vuelo libre por los espacios de la fundación.

Una 'Morpho helenor como la de la fundación Tàpies.

Curiosamente ahora está en el piso de arriba, en la barandilla junto a la biblioteca, frente al hipopótamo de tamaño natural, la escultura Hope Hippo, lo que es todo un contraste. Varios visitantes del centro han explicado que lo visitaban hoy precisamente por ver a la mariposa.

La presencia del lepìdóptero, un proyecto de Daniel Steegmann Mangrané comisariado por The Green Parrot, ha provocado ya debate, con gente que no está de acuerdo con la exhibición de un ser vivo, y menos de una mariposa de una especie foránea y protegida, y los que juzgan la iniciativa una maravillosa forma de reflexionar sobre las relaciones entre naturaleza y cultura.

Sea como sea, la posibilidad de observar una bellísima mariposa Morfo de las profundidades de la selva revoloteando por la Fundación Tàpies es una experiencia que raya en lo mágico. El insecto disfruta de abundante luz natural, tiene a su disposición comida (fruta dulce) y pasará sus tres semanas de vida en un inesperado ambiente artístico. Es difícil saber si todo eso le compensará el haber nacido tan lejos de sus frondosas latitudes.

 

 

La gran viajera aborda el mítico acorazado japonés ‘Yamato’

Jan Morris, con 91 años, consagra su último libro al hundimiento en 1945 del mayor buque de su clase que ha existido. “Es una ensoñación sobre un gran símbolo”, afirma

La gran viajera aborda el mítico acorazado japonés ‘Yamato’
En vídeo, entrevista realizada a Jan Morris, autora de 'Acorazado Yamato, sobre guerra, belleza e ironía', por Pallas Athene.

¿Jan Morris y el Yamato?, ¿la gran dama viajera autora de Venecia y Trieste y de esa maravillosa inmersión en el alma humana que es Conundrum (la narración de su proceso de cambio de hombre a mujer culminado en una reasignación de género) y el gigantesco, monstruoso acorazado japonés de la Segunda Guerra Mundial? ¡Qué singular pareja!

Puede parecer sorprendente que la escritora británica ya nonagenaria (Clevedon, Somerset, 1926) aborde el coloso nipón y consagre su último libro, Battleship Yamato. Of war, Beauty and Irony ("Acorazado Yamato, sobre guerra, belleza e ironía", Liveright Publishing Corporation, 2018) a la postrera singladura suicida y el hundimiento por la aviación estadounidense del navío insignia de la flota imperial japonesa al final de la Segunda Guerra Mundial. Pero ya Morris, en cuya producción, como James y como Jan, se cuentan no solo obras maestras de la literatura de viajes sino espléndidos libros de historia (la serie Pax Británica) , escribió una biografía apasionada del almirante Lord Jacky Fisher (Fisher's Face, 1995), el gran innovador de la marina británica antes de la Primera Guerra Mundial y creador de nuevos conceptos de buques en el límite de cuyo desarrollo puede verse el propio Yamato.

"Así es, hay una línea que lleva de Fisher al Yamato", dice la escritora por teléfono desde su casa de Trefan Morys, en Gales, donde vive con su esposa, Elizabeth, con la que han tenido cinco hijos; la pareja han mantenido la relación desde 1949, capeando todas las increíbles dificultades que pueden suponerse en una de las historias de amor más conmovedoras de nuestro tiempo. "Fisher (1841-1920) introdujo el concepto de esos poderosos barcos y del dominio naval por medio de ellos, una idea que llegó a su final con el hundimiento del Yamato el 7 de abril de 1945, a medio camino de Okinawa, por parte de la aviación de EE UU basada en portaviones, los barcos que sustituyeron a los grandes acorazados”.

La escritora Jan Morris, retratada en su casa de Gales.

Por supuesto, la aproximación de Jan Morris al desmesurado acorazado japonés (cada una de las torretas de sus cañones principales pesaba lo mismo ¡que un destructor entero!) va mucho más allá de un libro de historia militar. Lo que ha escrito, pleno de sugerencias, y que va acompañado de numerosas fotografías e ilustraciones (muchas de pinturas, de Meissonier y Velázquez a Picasso) en un alarde documental, es una suerte de poema en prosa acerca de un barco legendario y una reflexión humana, moral y estética sobre las batallas, la guerra y la derrota. "Desde luego no quise escribir un libro al uso sobre el acorazado y la Segunda Guerra Mundial, no es un libro de historia militar. Es más bien una reverie, una ensoñación o una meditación, con parte de elegía si quieres, sobre una leyenda y un símbolo, aunque también está la historia del drama del barco, con ecos de Shakespeare y de Tennysson". Y, añade, de “la terrible belleza” de Yeats.

Es sugerente pensar que Morris, que ha reflexionado mucho sobre su propia identidad y los aspectos prodigiosos de la misma, se identifique personalmente con el Yamato, tenido por un buque imposible, fuera de escala, hermoso y orgulloso, que algunos consideraron un barco monstruoso y un desafío a las leyes de la naturaleza.

Es Battleship Yamato asimismo un libro de viajes de la mejor autora del mundo viva del género. ¡Y qué viaje!: seguimos al acorazado en su último periplo, una operación suicida, un ataque Banzai, en el que el Yamato se comportó como un verdadero barco kamikaze, enviado a una misión sin retorno con la esperanza de que su sacrificio, amenazando a las fuerzas estadounidenses que atacaban Okinawa, pudiera servir para modificar de alguna manera el rumbo de la guerra. Fue inútil: 380 aviones con bombas y torpedos, Hellcats, Helldivers, Corsairs, Avengers y Wildcats, sometieron al Yamato a un via crucis de tres horas y media mientras el barco no dejaba de disparar (Morris describe de manera impresionante el combate), hasta que la gran bestia, mortificada de manera indecible (recibió diez torpedos y siete bombas), se fue a pique con 2.278 miembros de los casi tres mil de su tripulación.

"Me conmueve la suerte de esos marinos enviados a una última batalla sin retorno. Hay un gran drama en ese viaje". Eran el enemigo, sin embargo; la propia Jan Morris, entonces James, se graduó como oficial en Sandhurst y se incorporó al servicio activo poco antes de que acabara la contienda, así que el Yamato pudo haberle disparado, al menos teóricamente. Morris ríe al otro lado de la línea. "Ha pasado tanto tiempo... está todo olvidado. Hace mucho que dejé de ser un guerrero. Me gusta Japón, especialmente la gente".

Dibujo del 'Yamato'

Para los marinos japoneses, la tripulación del Yamato, Morris, que recuerda que la tradición naval nipona tenía mucho que ver con la británica, incluso nelsoniana, guarda solo respeto, admiración y compasión. Hay un pasaje maravilloso en el que el gran acorazado, con un crisantemo imperial de hierro en la proa, navega hacia su destino por los estrechos de Japón entre los cerezos en flor.

En su libro, la escritora compara al Yamato con otros barcos míticos de la Segunda Guerra Mundial. "El único con el que puede competir en altura legendaria es con el Bismarck. Yo cito también, aunque jugaba en una división distinta, el Prince of Wales, hundido precisamente por los japoneses en el Pacífico en 1941. De los tres tengo maquetas aquí en casa, la del Yamato comprada en un venta de caridad en Gales. El gran acorazado británico era el Hood, claro, pero el Bismarck lo hundió con una sola salva".

Morris menciona asimismo al Tirpitz, el gemelo del Bismarck, acechando media guerra en los fiordos noruegos como un tigre en su cubil pero mucho menos famoso que su hermano. ¿Y el Musashi? Era el gemelo del Yamato, lo hundieron en 1944 y precisamente se lo encontró hace poco, en 2015 (el Yamato fue localizado en los ochentas, a 240 metros de profundidad, y se acordó no reflotarlo). "No es lo mismo, el Musashi, no está a la altura mítica del Yamato, que es epónimo poético del mismísimo Japón". Los gigantes tenían un tercer hermano, el Shinano, convertido en portaviones y hundido por un submarino.

Morris no deja de señalar en el epílogo de su libro que, como los grandes héroes míticos, el Yamato, que tiene además un museo dedicado en Kure, ha adquirido una segunda vida celestial, a través de su sucesor en la imaginación: el navío de guerra espacial Yamato del anime japonés, un acorazado volador dotado de alas, cohetes y... armas nucleares.

El monstruoso y bello navío kamikaze

Botado en 1940 (operacional en 1942), el Yamato, una mole de más de 70.000 toneladas y 263 metros de largo estaba armado hasta los dientes y contaba con la artillería más colosal jamás embarcada: sus tres gigantescas torretas apuntaban como dedos monstruosos nueve cañones de 460 mm, cada uno capaz de disparar proyectiles de 1.360 kilos a 42 kilómetros de distancia. En total, el Yamato disponía de 150 cañones y su blindaje lo hacía supuestamente invulnerable. Cargaba de serie 7 hidroaviones de reconociomiento (solo 1 el día de su hundimiento).

Desplegado en Midway y Leyte, disparó sus cañones por primera y última vez (antes del combate final) en esa segunda batalla.

Morris le descubre una belleza especial muy japonesa, "samurai style". Explica que incluso había un santuario shintoista a bordo. Enviarlo a Okinawa, "a las fauces de la muerte", al frente de la Segunda flota (Operación Cielo Número Uno) sin cobertura aérea, fue un suicidio, un acto de kamikaze marino, solo explicable en el ambiente de harakiri moral que reinaba en Japón en su ocaso.

 

 

La Fundació Tàpies, pendiente de que nazca una mariposa

El insecto, una espectacular ‘morpho helenor’ azul, volará libre por el museo

'Morpho helenor' como la de la Tàpies.

La Fundació Tàpiès está pendiente del nacimiento de una mariposa. Suceso que podría tener lugar en cualquier momento del fin de semana. Se palpa la emoción.

El insecto es una hermosísima morpho helenor (Cramer, 1776), una de las 80 especies del género Morpho, entre las que se cuentan algunas de las mariposas más bellas del mundo. Son mariposas neotropicales, principalmente de América del Sur y central, grandes y que se caracterizan por tener los machos en la parte externa de las alas un espectacular color azul metálico iridiscente. En las Morpho, la naturaleza se ha hecho sin duda arte del bueno.

La crisálida, de color verde jade y que emite un ultrasonido al tocarla, puede verse colgada de la barandilla del segundo piso de la fundación, frente a la biblioteca (para localizarla desde abajo hay que tener buena vista).

La idea de instalar una mariposa en la Tàpies es del artista barcelonés residente en Brasil Daniel Steegmann Mangrané, que ayer presentó el proyecto, denominado con el impronunciable grafismo .'... ..'., y también la publicación The spiral forest, que recoge varios de sus trabajos. “Es una discretísima intervención, pero el museo ha tenido que adaptarse a su pequeño húesped”, señaló ayer el artista.

Una vez nacida, la mariposa podrá volar libremente por los más de 4.500 metros cuadrados del espacio de la fundación durante las tres semanas aproximadamente que constituyen la media de vida de la especie. Tendrá alimento (frutas dulces), luz y la temperatura adecuada: el centro se mantendrá entre 22 º y 24 º. La acción juega con aspectos como el desviamiento de la atención del visitante, ya sea por la súbita aparición de la mariposa o por estar buscándola, e invita a reflexionar sobre el encuentro entre naturaleza y cultura. La mariposa se convierte asimismo en una mezcla de animal, obra de arte y signo.

Con la instalación de abejas en la Fundación Miró y ahora la mariposa azul de la Tàpies, el arte barcelonés se vuelca en la entomología.

Observar una Morpho volando en la Fundació Tàpies puede ser una experiencia maravillosa. Las Morpho no solo son apreciadísimas comercialmente (una pena para ellas) sino que han entrado en la literatura: A. S. Byatt las hizo protagonistas de su novela corta Morpho Eugenia, parte del libro Ángeles e insectos y llevada al cine con ese título en 1995.

 

En la casa griega de Paddy

Una visita a la villa del escritor y héroe de guerra británico Patrick Leigh Fermor en Kardamili, al sur del Peloponeso

El escritor británico Patrick Leigh Fermor, en su casa en Kardamili, en los años 60.

Acepté un poco tarde la invitación del escritor Patrick Leigh Fermor de visitar su casa griega: fui la semana pasada y Paddy hace ya casi siete años que está muerto. Desde luego no encontré un plato en la mesa. También es verdad que su famosa villa en el pueblo de Kardamili, en Mani, al sur del Peloponeso, queda un poco a desmano. por no decir en el quinto pino. De hecho tuve que engañar a mis acompañantes, con los que hacía un tour festivo cultural por la península, para que me acompañaran a la remota localidad y además a cambio de no visitar Esparta. "No vamos a hacer un montón de kilómetros y subir a los putos montes Taigetos solo para que tú te des el lujo de enviar un puñado de postales que pongan '¡Esto es Esparta!'". Hay que ver cómo me conocen los amigos, pero también quería ver si, como decía Paddy que decía Pausanias, aún se conservaba la cáscara del huevo de cisne que puso Leda y del que surgió Helena de Troya. Otra vez será. Esparta no se va a mover.

Tras recorrer Micenas, tiramos en coche para abajo vía Trípoli hacia Kalamata. Desde allí hasta Kardamili (la vieja Cardámila, una de las siete ciudades mesenias que según Homero Agamenón ofreció a Aquiles para apagar su ira —lógicamente él prefería que le devolvieran a Briseida—) lleva una carretera infame, 35 kilómetros de curvas que te arrastran por pueblos dejados de la mano de Dios y en los que además, como recuerda Leigh Fermor en su libro sobre la región, Mani (Acantilado), tienen aún muy mal recuerdo de los piratas catalanes.

Llegamos a Kardamili ya oscuro y con bronca (yo había sugerido desviarnos a Exochori para ver la ermita de Agios Nikolaios junto a la que se esparcieron las cenizas de Bruce Chatwin: no coló) y nos desperdigamos por el pueblo, que tiene un aire de Deià y lo caracteriza una larga calle con bonitas casas de piedra de estilo veneciano. Los demás recalaron finalmente en una taberna (evité decirles que Paddy sostenía que en Kardamili servían el peor retsina de Grecia) y yo aproveché para ir a la librería local, donde me encontré con un despliegue de ediciones de libros de Leigh Fermor en diversas lenguas y a un librero, Giorgos, que receló del entusiasmo del inesperado visitante que hacía gala de su amistad con el escritor pero iba ataviado con una camiseta con un hoplita y la leyenda "Fuck yourself Xerxes".

La exedra en el patio de la casa de los Leigh Fermor en Kardamili.

Paddy ya decía que los maniotas sienten una inveterada méfiance hacia los forasteros, les resultas sospechoso de entrada por haber ido allá abajo y además quién sabe si no eres un turco rezagado. En una pared del establecimiento colgaba un panel de cartón con fotos de Paddy (una vestido de oficial, de la época en que secuestró al general alemán Kreipe en Creta) y dedicatorias de su puño y letra, en griego.

Recuperé a mis acompañantes en el café Androuvitsa, donde ya estaban bastante achispados. Resultó que la joven encargada, Anna Zervea, sabía un montón de cosas de Paddy y lo había conocido bien. “La primera vez, él y Joan, su mujer llegaron caminando y se alojaron aquí mismo, mi abuelo alquilaba habitaciones en el piso de arriba". Anna me explicó una historia fenomenal: el encuentro en Kardamili entre Patrick Leigh Fermor y ¡el conde Almásy de El paciente inglés! Resulta que el protagonista de la película, Ralph Fiennes, que encarnaba al explorador y conde húngaro, viajó al pueblo para ver a Paddy, del que su padre era un gran admirador. "Imagina la impresión que nos produjo ver por la calle a Fiennes, que iba muy glamuroso. Fue a casa de Paddy y luego continuó su viaje, estaba haciendo la ruta de Ulises". Eso me llevó a preguntarle por la famosa playa de las sirenas. Paddy tenía una, de cola doble, tatuada en el brazo. "Son nereidas, ninfas, se cuenta que salían del mar para ver a Neoptólemo, el hijo de Aquiles. Había un templo dedicado a ellas, donde ahora está la iglesia". También se dice que unas tumbas en las afueras son las de Cástor y Pollux, los hermanos de Helena... Muchos habitantes de Kardamili se tienen por descendientes de los bizantinos huidos tras la caída de Constantinopla y el imperio de los Paleólogos. Seguro que a Paddy le encantaba la conexión

Anna me explicó una historia fenomenal: el encuentro en el pueblo  entre Paddy  y ¡el conde Almásy de El paciente inglés! Resulta que el protagonista de la película, Ralph Fiennes, viajó allí  para ver al escritor

Por la mañana, siguiendo las indicaciones de Anna, me dirigí a ver la casa de Leigh Fermor, punto central de mi peregrinación a Kardamili. La villa está en realidad a las afueras, en Kalamitsi, y, rodeada por olivos y altos cipreses, resulta casi invisible. La propiedad linda con el mar y posee una escalera de piedra que conduce a una pequeña cala. Aparqué el coche y corrí jubiloso a la entrada del jardín, pero me impidieron el paso. Resulta que la casa, que era visitable tras la muerte de Paddy previo permiso del museo Benaki de Atenas, al que la legó el escritor, ya no lo es, pues se están efectuando grandes obras de rehabilitación. De nada valió que adujera que el propio Paddy me había invitado y hasta que me ofreciera a recitar la oda a Taliarco (la de Horacio que compartieron él y Kreipe durante el secuestro). Nanay de la China. Me sentí a la vez derrotado, humillado y entristecido. Acepté mi sino y marché cabizbajo hacia la playa. Y pensar que podía haber ido a Esparta. Pero entonces oí que me llamaban. El ingeniero Dimitrios Pastras había telefoneado al Benaki y me autorizaban a la visita. No sé qué les habría dicho, a lo mejor que era menos peligroso si me tenían vigilado. El caso es que entré en la vivienda griega de Paddy tantos años después (2001) de que mientras comíamos trucha en Chelsea él me invitara.

Recorrí las dependencias que conocía de memoria. El salón, el estudio, el porche, los arcos. Todo estaba vacío. La sensación de desolación era absoluta. La reforma era profunda. Solo quedaba un cascarón vacío. En una pared, protegida bajo un panel de porexpan estaba la famosa máscara de cerámica obra de su amigo Ghika. En una galería entraban y salían las golondrinas. Ni un libro. En el patio, caminé sobre los mosaicos de guijarros hacia la exedra desde donde Paddy y sus amigos atalayaban alegremente el atardecer sobre el golfo de Mesenia. El día era gris y el mar no refulgía. Recordé la ilusión con la que los Leigh Fermor levantaron su casa con el anfiteatro de las montañas a su espalda. Llegaba tarde, llegaba tan tarde. Una sensación de infinita tristeza me invadió: de aquellas vidas brillantes no quedaba aquí nada. Todo pasa y muere. Todo tiene un final.

Me marché con una sensación amarga. No me animó encontrar en la playa unos viejos calzoncillos abandonados. Me senté desilusionado y abatido. Junto a la casa quemaban rastrojos y el viento traía una fina lluvia de cenizas que parecían los restos de un mundo desvanecido. Entonces, un movimiento me llamó la atención en la costa al fondo de la bahía. Miré con mi pequeño catalejo. Era un grupo de siete garzas blancas. Estaban frente a una cueva en los riscos al borde del mar. Pensé si no serían las nereidas. Y entonces recordé los pájaros que dibujaba Paddy en las dedicatorias de sus libros, las aves que vuelan entre sus letras. Entendí que las garzas eran un último regalo. Y me dije que a la amistad, como al amor y la belleza, uno nunca llega demasiado tarde.

 

 

Pistoleros, pieles rojas y... dinosaurios

Los cazadores de fósiles rivales Marsh y Cope protagonizan la nueva novela póstuma de Michael Crichton ‘Dientes de dragón’

Marsh, en el centro de pie, con su equipo de buscadores de fósiles de dinosaurio.

Me lo he pasado en grande leyendo Dragon Teeth, la nueva novela de Michael Crichton, en la que el autor de Parque Jurásico vuelve a los dinosaurios, sí, aunque de otra manera. Soy consciente de que lo de “nueva novela” suena raro hablando de un escritor que lleva lamentablemente muerto desde 2008, pero así es: esta es otra de las obras que dejó en el cajón, como Micro y Latitudes piratas, y la ha rescatado su viuda, Sherry. Qué grande, Crichton –y no me refiero al tamaño, 2,06 metros, una vez que lo entrevisté salí con dolor de cervicales-, capaz de seguir fabricando best sellers desde el Más Allá: parece casi un argumento suyo.

Dragon teeth, que se publicará ahora en mayo en España (Dientes de Dragón, Plaza & Janés) trata uno de mis temas favoritos que es las Bone Wars, las Guerras de los Huesos, la rivalidad que sostuvieron en el Far West a finales del XIX por conseguir más y mejores fósiles de dinosaurio, usando todo tipo de argucias, trampas, trucos sucios y hasta enfrentándose a tiros, los respetables (?) pioneros de la paleontología Othniel Charles Marsh y Edwin Drinker Cope.

Marsh (izquierda) y Cope, los paleontólogos enfrentados incluso a tiros.

Realmente, si hay algo mejor que una historia de dinosaurios es una historia de dinosaurios con indios y cowboys. La mezcla de triceratops, estegosaurios y allosaurus con Wyatt Earp, el Séptimo de Caballería, el ferrocarril de la Union Pacific, Solo ante el peligro, Fort Laramie y los sioux es una gozada: ¡a ver quién supera tener juntos al diplodocus y a Nube Roja!

La novela se centra en un joven disoluto de buena familia del Este que se incorpora por una apuesta al equipo de Marsh, a punto de marchar hacia los territorios indómitos de Wyoming, Montana y Dakota, a la sazón en plenas guerras indias, para desenterrar huesos. Su equipamiento incluye junto al preceptivo martillo de geólogo útiles tan poco propios de un paleontólogo (incluso del Alan Grant que se las tuvo que ver con los velocirraptores) como un revólver Smith & Wesson de seis tiros y un cuchillo Bowie capaz de intimidar a un oso grizzly. El chico, que es luego reclutado por la competencia (Cope), lo que nos permite intimar con los dos grupos, muestra mucho valor pero a veces poca intuición como cuando afirma que le ve poco futuro a ese invento de Bell, el teléfono, o al decir que se siente seguro porque a territorio indio también va Custer.

Marsh con el jefe Nube Roja,

La excitante aventura se desarrolla a todo ritmo (¡qué bien hacía eso Crichton!) e incluye traiciones, amores inocentes y de los otros, peligros sin cuento, excavaciones y descubrimientos, claro, ataques a la diligencia (cargada de fósiles en el pescante), duelos a revólver, el entierro tres veces de un guía indio, y encuentros tan imprevistos como con el mencionado Earp, el explorador Henry Stanley (que realmente pasaba por ahí entonces), Robert Louis Stevenson (que también), el forajido Persimmons Bill y su banda de indios renegados, y el general Crook. Hombre, no es Proust, desde luego, pero, como Devoradores de cadáveres, Congo, Rescate en el tiempo y Latitudes piratas, Dientes de dragón alegra un montón la existencia.

Crichton lleva la historia de la rivalidad de Marsh y Coe al terreno de la ficción, la comprime de los diez años que duró a un verano y se la arregla a conveniencia (recordando simpáticamente la frase de Oscar Wilde de que “la biografía aporta a la muerte un nuevo terror”). Pero en líneas generales Dragoonn Teeth es bastante fiel a los hechos. Es cierto, por ejemplo que Cope se ganaba a los crows enseñándoles su dentadura postiza. Sale mejor librado en la novela él, como persona y como científico, aunque Marsh descubrió más especies de dinosaurios (cincuenta por ochenta). Los dos metieron la pata de manera que provoca sonrojo –incluso colocando la cabeza de un dinosaurio en su cola-, fueron deshonestos, descabellados y acabaron arruinados por su rivalidad y sus ambiciones. Pero, ¡por Dios!, qué gran historia y cómo la cuenta Crichton. ¡Te añoramos Michael! A ver qué más guardabas en ese cajón...

Allosaurus descubierto por Cope en Como Bluff en 1879.

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Autor: Michael Crichton.


Editorial: Plaza y Janes (2018).


Formato: versión kindle y tapa blanda (320 páginas)


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Los libros de cabecera del bibliotecario de Babel

Un volumen muestra por primera vez las joyas de la biblioteca personal de Jorge Luis Borges

Borges, en su biblioteca.

Es una maravillosa primera edición en inglés de Los siete pilares de la sabiduría, de T. E Lawrence, Lawrence de Arabia, con dos sables cruzados en la portada y en el medio de ellos la inquietante frase de puño del autor "The sword also means clean-ness+death" (la espada significa también muerte limpia). El volumen incluye mapas con los ataques del emir Dinamita al ferrocarril de Damasco. Y, sobre todo, unas notas escritas a mano en letra pequeña, en castellano e inglés, en las hojas de respeto en blanco (por ejemplo: "Había una certidumbre en la degradación. 581", "I asked how they could look with pleasure on children. 508", "our comic reproductive process-356 f. 508” o "una vindicación del fracaso"). El propietario del libro era Jorge Luis Borges y las notas, comentarios y frases que le impactaron de la lectura, en 1939 en Buenos Aires, según consta, son suyas.

El encuentro del autor de El Aleph y el conquistador de Akaba (Borges admiraba a Lawrence aunque también le ponía celoso que a Maria Kodama le gustara tanto Peter O'Toole en la película y le subrayaba a ella que tanto el actor como el aventurero eran bajitos, "y a usted le gustan altos, María") es solo una de las muchas emociones que procura La biblioteca de Borges (Paripé Books), un libro de Fernando Flores Maio con fotografías de Javier Agustín Rojas que presenta una selección de los libros de cabecera del gran bibliotecario de Babel.

Ahí están también, asimismo con notas, The life of Oscar Wilde, de Hesketh Pearson; un ejemplar de la Biblia de Cambridge en cuyas guardas Borges anotó en 1941 "En el principio Dios fue los dioses (Elohim)", las obras escogidas de Cocteau, The Kabbalah unveiled, de MacGregor Mathers, el I Ching, el Corán, la Bhagavad-Gita, y la poderosa edición de The Tibetan Book of the dead del gran pionero estadounidense de los estudios de budismo tibetano W. Y. Evans-Wentz (en las guardas, varias notas muy especializadas de Borges de 1951). Paradise lost, de Milton, tiene una significación especial: ambos, Milton y Borges perdieron la vista. En el caso de Borges muy progresivamente (la ceguera, crónica, seguramente una miopía degenerativa, le afectó buena parte de su vida aunque no se hizo completa de los dos ojos hasta que cumplió los 80 años).

Portada de la edición de Borges de 'Los siete pilares de la sabiduría' deT. E. Lawrence.

"Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir, yo me jacto de aquellos que me fue dado leer", decía Borges. Para él, que añadía con modestia que no sabía si era un buen escritor pero creía ser "un excelente lector, o en todo caso un sensible y agradecido lector", el libro era "el más asombroso de los instrumentos del hombre", y la lectura una forma adelantada de felicidad. Acordaba con Emerson que una biblioteca es una especie de gabinete mágico en el que están encantados los mejores espíritus de la humanidad, que nos esperan para salir de su mudez. "Tenemos que abrir el libro, entonces, ellos despiertan".

Sin embargo, su biblioteca personal no era muy conocida. "En realidad, la idea del libro", explica Patricio Binaghi, el editor de Paripé Books, una firma basada en Madrid y especializada en libros de fotografía e ilustración, "surgió un día que en un almuerzo organizado por Flores Maio (quien ha escrito el texto y seleccionado los libros), estaba María Kodama y le pregunté sobre el mito de que Borges no tenía biblioteca personal porque se dejaba los libros en sitios o los regalaba. Y ella me dijo que no era así, que su biblioteca particular estaba en la fundación Borges que ella preside. Yo sabía que Borges hacía anotaciones en los libros que leía. Y les propuse a Flores Maio y a Kodama hacer el libro. Durante meses fuimos semanalmente a la fundación a fotografiar el material. Es un libro más de imágenes que de textos, en el que los libros y las anotaciones de Borges son los protagonistas". Los libros reproducidos constituyen menos de un cinco por ciento del fondo que conserva la fundación. La selección se ha hecho al azar, aunque es sabido que con Borges eso solo significaba nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad.

Libros de la biblioteca de Borges.
"Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir, yo me jacto de aquellos que me fue dado leer", decía Borges.

Flores Maio destaca que en la biblioteca personal de Borges, compuesta en gran parte de libros en inglés (el escritor era bilingüe desde niño), muchos de ellos heredados de su padre y que provenían ya de la casa de su abuela inglesa, figuran sobre todo obras que tratan de filosofía y religión. "Las lecturas de algunos filósofos y místicos son seguramente las que tuvieron una decisiva influencia en la obra del autor", recalca. Admiraba mucho a Spinoza, en quien vislumbraba algo vastísimo y misterioso. Pero en la selección hay también obras de Wilde ("ninguno más encantador", decía Borges), Cocteau (como Wilde, "un hombre inteligente que jugaba a ser frívolo") o Stevenson. Contaba que una vez un desconocido le detuvo en la calle para agradecerle que le hubiera hecho descubrir al autor de La isla del tesoro. "Me sentí justificado y feliz", contó. "Como el de Montaigne o Sir Thomas Browne, el descubrimiento de Stevenson es una de las perdurables felicidades que puede deparar la literatura".

En la selección aparecen varias obras de Kipling, al que Borges apreciaba mucho. De sus cuentos dijo que no había ninguno que no fuera una obra maestra. Recordaba que su hijo murió en Francia durante la I Guerra Mundial y que "una obra tan diversa presupone muchas dichas y muchos pesares que no sabremos nunca y no debemos saber". Flores Maio subraya la coincidencia entre Kipling y Borges en la idea de que éxito y fracaso son relativos. Borges decía: "Yo descreo de los dos. Pienso con Kipling que son dos grandes impostores. Nadie fracasa tanto como cree ni nadie tiene tanto éxito como se imagina".

También hay libros de Blake, "el menos contemporáneo de los hombres" y al que inspiraban "invisibles ángeles", de Browning, de Bernard Shaw (como él, apuntaba, había dejado atrás también "el soborno del cielo"). De Conrad se ha seleccionado Chance (Azar), en la que aparece Marlow. Borges admiraba especialmente El corazón de las tinieblas, "acaso el más intenso de los relatos que la imaginación humana ha labrado", y cuyo infierno en la tierra, "que bien puede ser una proyección del abominable Kurtz", consideraba peor que el de Dante.

La Divina comedia era precisamente otro de los libros de cabecera de Borges. Le intereseba sobre todo la historia de los dos amantes réprobos, Paolo y Francesca, que sin embargo pese a lo horrible de su condena, pueden estar juntos.

La ceguera, 'El nombre de la rosa' y una visita a Robert Graves

A María Kodama le parece "muy linda" la idea del libro de libros de Borges. "Hay ahí autores que le gustaban y recomendaba, y su personalidad se refleja en las notas, que hacía cuando aún veía", explica telefónicamente desde Buenos Aires, muy contenta cuando le digo que he de entregarle una foto que les hice a ella y a Ray Bradbury en El Escorial en 1991.

La viuda del autor escribe un pequeño prólogo en el que recuerda que Borges estaba muy familiarizado desde pequeño con muchos de los libros que aparecen.

Entre los autores que gozaba estaba Robert Graves, "diversamente admirable", decía Borges, por los mitos griegos o La diosa blanca. Kodama cuenta cómo lo fueron a ver a Deià. "Fue maravilloso, Graves ya estaba mal y todos nos decían que tenía la cabeza perdida, pero Borges insistió. Su mujer nos recibió con un gato de Abisinia en brazos y nosotros teníamos entonces uno igual, así que congeniamos. Nos condujo al living y ahí estaba Graves en un sillón como un dios y la gente sentada en el suelo de forma que parecían adorarlo. Le tendimos la mano. Estrechó la de Borges pero a mí me la besó, por lo que sabía, recalcó Borges, que éramos un hombre y una mujer, prueba por tanto de que tenía aún comprensión de la realidad". Salieron de allí, "traspasados de una emoción sin nombre".

La relación de Borges con sus libros, recuerda Kodama, era muy física. "Los cuidaba mucho, le encantaba tocarlos, olerlos. Acariciar las encuadernaciones. Obtenía mucho placer de sus libros". La ceguera debió ser un trance. "No, no había frustración. Jamás escuché de él una queja. Siguió teniendo una relación con sus libros. Sabía dónde estaba cada uno y los enviaba a buscar. Continuó siendo una relación muy intensa". ¿Tenía alguno más preciado? "Alguno de Kipling era especial para él, y la Divina Comedia". ¿Qué le pareció verse aludido como el bibliotecario asesino Jorge de Burgos por Umberto Eco? "Ah, le divirtió mucho. El nombre de la rosa le encantó".

 

 

Los gansos de las nieves

Autor: William Fiennes. Traducción: Carmen Torres García y Laura Naranjo

Edita: Errata Naturae

Pocos libros se encuentran hoy tan conmovedores, no ya en el género de viajes sino en cualquier otro, como Los gansos de las nieves, el relato en primera persona del británico William Fiennes de su trayecto siguiendo la migración de esas aves, los gansos blancos o ánsares nivales, en primavera desde Texas a través de las Grandes Llanuras hasta sus zonas de nidificación en el Árticocanadiense. Verdadero viaje iniciático y preciosa meditación sobre la vida, la amistad y la idea de hogar, el libro, que contiene muchos puntos de contacto con El tiempo de los regalos de Patrick Leigh Fermor (Fiennes es también un chico errante y ávido de conocimientos en pos de un destino lejano, aunque en su caso se trata de una Constantinopla plumífera), Los gansos de las nieves contiene además valiosa información ornitológica y cosas tan maravillosas como que el nombre original de las aves de la historia es “ganso de más allá del viento del norte”.

En el reino del hielo

Autor: Hampton Sides. Traducción: Miguel Marqués

Edita: Capitán Swing

La historia de la exploración polar es fuente inacabable de disfrute, al menos para los que la leemos, porque sus protagonistas en cambio lo pasaron rematadamente mal. Del inacabable fondo de aventuras que ha dado el género, En el reino del hielo cuenta una poco conocida en comparación con las de Franklin (tan de moda ahora por The terror), Scott o Shackleton. Es la de la expedición en 1879 de la USS Jeanette, una cañonera de tres palos reconvertida en navío polar con la que el teniente George W. De Long trató de llegar al Polo Norte desde el estrecho de Bering. El marino y sus 32 hombres afrontaron todas las sevicias heladas clásicas incluido el barco atrapado en el hielo, el hambre, y el frío ni digamos. Trataron de escapar andando por Siberia, que ya es plan B. Hampton Sides cuenta la tremenda historia de manera entretenidísima en un libro lleno de detalles escalofriantes.

Cómo yo atravesé África

Autor: Alexandre de Serpa Pinto. Traducción: Eloísa Álvarez

Edita: Ediciones del Viento

Curiosamente, Cómo yo atravesé África, las memorias de viaje del oficial del Ejército portugués Alexandre de Serpa Pinto de su dramático cruce en 1877 del continente de oeste a este, que transcurre en un lugar tan diferente del Ártico, tiene en común con En el reino del hielo no solo que aquí también el viaje incluye un sinnúmero de penalidades y peligros sino que ¡aparece asimismo el explorador Stanley! Efectivamente, el hombre que encontró a Livingstone conoció al marino polar De Long y asesoró al militar portugués en su peligrosa empresa. Con ecos de Julio Verne, el libro, que nos permite vivir las exploraciones portuguesas en el África austral, tiene el interés y el encanto del relato de primera mano (caníbales, fieras y traficantes de esclavos incluidos). Eso sí, hay que advertir que es a veces muy políticamente incorrecto y está cargado de ethos colonial.

 

 

Cristo resucita con 74 años

El actor original del filme ‘Jesus Christ Superstar’ protagoniza la versión de la legendaria ópera rock que se presenta en Barcelona

Ted Neeley, en el musical 'Jesus Christ Superstar'.

¿En casi medio siglo no ha ascendido de Jesucristo a Dios padre? Teed Neeley niega y ríe con ganas. Ciertamente su aspecto es hoy más patriarcal que mesiánico ("háblele por la oreja izquierda", recomiendan), aunque conserva buena parte de la melena y los ojos azulísimos que hicieron perder la cordura a más de una, y no me refiero a María Magdalena.

Neeley es nada menos que el actor que interpretó él rôle titre en la legendaria película Jesus Christ Superstar (1973) de Norman Jewison basada en la no menos mítica ópera rock de 1970 de Andrew Lloyd Webber que triunfó en Broadway. Ahora, este viejo batería y cantante estadounidense nacido en Ranger, Texas, en 1943, está en Barcelona donde a partir de hoy jueves protagoniza en el teatro Tívoli (hasta el día 29) una nueva versión del musical, dirigida por Massimo Romeo Piparo, que recalará en Madrid del 2 al 13 de mayo (Teatro de la Luz Gran Vía).

"Se puso el cielo negro. Todo el mundo salió corriendo entre rayos y truenos y yo me quedé allí arriba colgado de la cruz, muy asustado"

Si es verdad que los viejos rockeros nunca mueren en este caso se puede decir, con toda propiedad, que a veces resucitan. Claro que el Jesucristo del filme lo hace, para estas funciones, no tres días después sino la friolera de 45 años.

Neeley, un hombre cercano y simpatiquísimo, con aire hippy, recuerda el rodaje del filme en el desierto del Neguev (Israel), "donde nunca llueve", y cómo mientras le crucificaban se desató una tormenta espantosa. "Se puso el cielo negro. Todo el mundo salió corriendo entre rayos y truenos y yo me quedé allí arriba colgado de la cruz, muy asustado, pensando que igual habíamos irritado a alguien y temiendo que una enorme mano bajara y me aplastara". El actor, que se confiesa creyente, bromea que siempre teme "que Dios me diga: '¡Basta ya!'". Jesus Christ Superstar fue su primer papel y también el de Carl Anderson (Judas). Curiosamente eran buenos amigos.

“Carl y yo éramos los únicos novatos, el resto del reparto, canadienses, estaban todos muy formados, nosotros éramos solo dos cantantes sin experiencia en el cine”, señala.

Ted Neeley, ayer en el Tívoli.

"Y aquí estoy yo cuarenta años después. A ver si eso no es un milagro", dice guiñando un ojo. De la polémica que provocó en su momento la obra observa que el tiempo la ha disuelto completamente (Anderson, ya fallecido, llegó a cantar ante Wojtyla, y hay planes para que él, Neeley, lo haga ante el papa Francisco, experiencia que sin duda será muy diferente a cuando le hace cantar Pilatos).

“Yo personalmente nunca tuve problemas por hacer la película, en realidad no hacíamos daño a nadie, y ahora se proyecta incluso en las iglesias sin ningún problema”, reflexiona. “Soy creyente y mucho”, explica al preguntarle. “Crecí así, en un lugar deTexas tan pequeño que el único lugar para tener vida social era la iglesia. Hacíamos rock allí”, recuerda poniéndo una mirada soñadora como si estuviera recordando los buenos días de pesca en el lago de Galilea. Ya es curioso que este Jesucristo sea de Ranger de Texas. Vuelve a reír ,encantado con el juego de palabras. “Te contaré una cosa. Una vez Norman Jewison, una persona majísima, y de la que sigo siendo muy amigo, me hizo andar más de una milla por el desierto rodeado de los soldados. Al acabar dijo, ‘vamos a rodarlo otra vez, pero ahora que Jesucristo no camine como si fuera un cowboy en túnica”.

De la película solo tiene buenos recuerdos. “En el rodaje conocía a la que sería mi mujer y que hacía de bailarina, la verdad es que tengo una familia y una vida gracias a Jesus Christ Superstar”.

Qué se siente en la cruz? “Estás muy solo ahí arriba. </CF>Solo soy un viejo batería de Texas, y sin embargo, la gente, se emociona, incluso lloran. Es algo que me asusta y me llena. Y hacer de Jesús es algo que satisface mucho, muchísimo, el ego”.

Un fotograma de la película de Norman Jewison, con Ted Neeley.

¿Cuál es el secreto para hacer un buen Cristo? “Tienes que ser sincero contigo mismo y acepra que la gente que viene a verte busca una experiencia espiritual. Respeto cualquier fé en que crean”. ¿Incluso la fé en el rock and roll? “¡Oh, yeah!”.

Massimo Romeo Piparo es el director del espectáculo y él también tiene una buena historia que contar. “Jesus Christ Superstar fue el primer musical que hice, hace 25 años, cuando tenía esa misma edad. Estudiaba música y amaba el rock y montamos la obra con unos amigos en Mesina. Tuvimos mucho éxito y nos la pidieron en Roma y Milán”. Entonces hacía de Jesucristo el actor Paride Acacia, que sigue en el reparto pero hace ahora de Anás.

“Represdentamos la obra cada año desde entonces y ya hemos hechos coinco montajes diferentes”, explicda el director, que vio la película de Jewison de niño dos veces. “Me llevó a verla un tío amante de la música rock que era un fan de Deep Purple”, rememora.

Dice que Jesus Christ Superstar sigue siendo actual. “Siempre lo. La historia de Cristo que ha morir dentro de un plan divino para salvar a la humanidad sigue en el candelero, porqie es evidente ue la humanidad no está salvada. . Eso lo recordamos en el montaje con imágenes de desgracias de nuestro siglo, desde el Holocausto al los atentados de Nueva York, Madrid o París, los desastres de la humanidad que no cesan”.

¿Conserva su potencia la obra? “Mi versión viaja mucho por Europa, se dice que es de las mejores que se han hecho. Sigo fiuelmente la película. Sin cambiar la época, esto no deja de ser rock de los setanta”.

Tributo con “sabor de leyenda”

El director del espectáculo, Massimo Romeo Piparo, afirma que su montaje es un tributo a la película, de la que conserva el espíritu Flower Power, y, por supuesto, al propio protagonista original, Ted Neeley. “Tiene sabor de leyenda”, recalca. La partitura es la original y el vestuario muy parecido.

Piparo apunta que el cambio de la Iglesia con respecto a la obra ha sido copernicano, y valga la palabra. “Se ha pasado de verlo entonces con suspicacias a considerala una forma de buena promoción del Evangelio. En realidad en su momento tampoco tenía nada de blasfemo sino que era muy respetuoso con el material original por asi decirlo”.

De lo de tenert un Jesucristo crecidito dice que no importa. Desde la sala se ve estupendo y tiene gran carisma”.

 

Muere a los 74 años R. Lee Ermey, el sargento de ‘La chaqueta metálica’

Kubrick contrató al militar como asesor para su película pero le dio el papel cuando escuchó sus improperios y obscenidades

Muere a los 74 años R. Lee Ermey, el sargento de ‘La Chaqueta Metálica’ | Cultura
El sargento Hartman y el recluta patoso, en una escena de 'La chaqueta metálica'. En vídeo, fragmento de la película en la que se hizo famoso Lee Ermey.

Cántese en voz alta, llevándose la mano al arma y luego a la entrepierna, a ser posible en calzoncillos: “This is my rifle, this is my gun! / this is for fighting, this is for fun!” (“Aquí mi fusil, aquí mi pistola / uno da tiros la otra consuela”, en la versión española, que, vaya, no rima).

La mejor forma de homenajear a R. Lee Ermey (Emporia, Kansas, 1944), que dio vida al implacable y obsceno instructor de marines sargento Hartman (!) de La chaqueta metálica (1987) de Kubrick y que nos ha dejado a los 74 años a causa de las complicaciones de una pulmonía y no de un balazo, probablemente sea desfilar con la escoba al hombro repitiendo una y otra vez el estribillo. Puede añadirse al gusto la estrofa “Ho Chi Minh is a son of bitch/ got the blue balls, crabs and the seven year itch” (“Ho Chi Minh es un hijo de puta / recibió las bolas azules [congestión de testículos], ladillas y siete años de picor”).

Ambas cancioncillas, con los reclutas en ropa interior desfilando detrás del sargento dentro del barracón la primera (una versión particular y escatológica del Credo del rifle de los marines) y marchando al aire libre la segunda, figuran entre los muchos momentos antológicos de la película, la primera parte de la cual relata la durísima instrucción en el campamento de Parris Island, en 1967, de una compañía de infantería que será enviada luego a luchar en la Guerra de Vietnam.


Cuenta la leyenda que Ermey, que era verdaderamente sargento de marines (pasó 11 años en el cuerpo), en principio, había sido contratado solo como asesor, pero cuando Kubrick lo vio dando órdenes y lanzando 15 minutos de improperios y obscenidades (“¡ni siquiera sois jodidos seres humanos, sois solo trozos de mierda anfibia!”) le dio el papel de Hartman. Incluso le dejó improvisar sus diatribas. Los que hayan hecho la mili y más si les tocó un destino de costalazos, tipo algunas unidades de la Brunete, no podrán evitar un irracional suspiro de alivio al saber del traspaso de Ermey, arquetipo donde los haya del severo sargento instructor con ribetes no ya despiadados, sino directamente sádicos. Se recordará especialmente la persecución de que hace objeto Hartman al recluta Pyle-Patoso (Vincent d’Onofrio), verdadero bullying caqui, y que culmina con la terrible escena en los retretes.

Kubrick mostró como no se ha hecho nunca la capacidad de deshumanización del ejército, requisito indispensable para convertir a un puñado de bisoños en una unidad de élite. Que ello, la dureza adamantina, sea lo que les permita después sobrevivir bajo el fuego enemigo en la ofensiva del Tet y la batalla de Hué y llevar a cabo su misión no es sino la consecuencia del perverso razonamiento de la guerra. “Cuanto más me odiéis, más aprenderéis”.

Si Kubrick, como ya hizo antes en Senderos de gloria, trazó en La chaqueta metálica un discurso eminentemente antibelicista, no parece probable que Ermey, orgulloso exsoldado y miembro de la polvorosa Asociación Nacional del Rifle, tuviera los mismos principios. Conocido como Gunny (Pistolita) por sus amigos, Ermey se enroló en el ejército después de que, como mandan los cánones, un juez le diera la alternativa al joven alborotador que tenía delante entre el uniforme verde o la celda. El luego actor encontró un hogar en los marines, estuvo destacado en los años sesenta y principios de los setenta en Japón y Vietnam, donde sirvió 14 meses antes de ser licenciado por una herida de cohete recibida en 1969 y que le dejó la espalda llena de metralla.

Su carrera en el cine incluye numerosas películas (se decía que ningún filme bélico estaba completo sin él) y algunos personajes destacados como el del racista alcalde Tilman de Arde Misisipi, donde articulaba al Ku Klux Klan, o el malvado sheriff Hoyt del remake de La masacre de Texas, que ya son papeles. En Apocalypse Now aparecía brevemente como piloto de helicóptero, además de asesorar a Coppola. Hizo de capitán de policía en Seven y trabajó en diversas series de televisión. Un detalle simpático es que puso voz a Sarge, el soldadito de plástico de Toy Story, moldeado y valga la palabra en el personaje de Hartman, aunque en el filme de Pixar no soltaba aquello de “ponedle al rifle nombre de chica porque es el único coño que tendréis aquí”).

Entre las despedidas que ha recibido Ermey, saludado como “un gran americano”, destacan (además de la de Donald Trump jr., que era su amigo) las de dos de sus antiguas víctimas cinematográficas, Matthew Modine (soldado Bufón), que en su cuenta de Twitter le recuerda con el lema de los Marines, Semper Fidelis, y unos versos de Dylan Thomas (probablemente a Hartman le hubieran parecido poco explícitos para desfilar), y ¡D’Onofrio!, que rememora “los maravillosos recuerdos de nuestro tiempo juntos”. El recluta Patoso, y muchos de los reclutas verdaderos que se le parecieron, no los hubiera encontrado, sin duda, tan maravillosos.

 

 

Disparando contra los zulúes en el museo

La reforma del National Army Museum de Londres permite vivir curiosas experiencias

Una vitrina de la exposición en el remozado National Army Museum de Londres .

Aferré el fusil y comencé a disparar: iba a vender cara mi piel. Los zulúes avanzaban como una marea negra esgrimiendo sus afiladas azagayas y lanzando su pavoroso grito de guerra, “¡Usuthu!”. Echando atrás y adelante cada vez el cerrojo para recargar, conseguí disparar las 10 balas de que disponía en 25 segundos. Otra cosa es que le haya dado a alguien. En realidad lo que manejaba era un Lee-Enfield, mientras que los soldados británicos que se enfrentaron a los zulúes en Isandlwana y Rorke’s Drift utilizaban los más antiguos Martini-Henry. Pero era lo que tenía a mano. Acabadas las municiones levanté la cabeza de la culata esperando ser brutalmente alanceado en las tripas en cualquier momento. Gracias a Dios, los zulúes seguían inmóviles en el cuadro de Fripp que reproduce la postrera resistencia del 24º de infantería en Isandlwana.

Probar tu rapidez de disparo con un Lee-Enfield es una de las actividades (otras son subirse a un carro de combate Churchill MK VIII, hacer instrucción con un correoso sargento virtual o disfrazarse de guardia del palacio de Buckingham) que propone el National Army Museum de Chelsea, en Londres, el segundo museo militar de la ciudad después del Imperial War Museum. Los dos centros han sido objeto en los últimos años de una profunda reforma que los ha hecho mucho más modernos e interactivos, aunque algo se ha perdido en ambos casos. Más en el primero, del que nos han escamoteado en aras de ofrecer un discurso más esencial un buen número de los tanques y aviones, entre ellos el bonito caza Focke-Wulf 190 que pendía del techo, algo que me tomo como una afrenta personal.

Un uniforme de lancero de Bengala en el National Army Museum de Londres.

El historiador militar James Holland y yo somos de los que pensamos que las cosas se han hecho mejor en el National que en el Imperial. Aunque es verdad que si recuerdas el antiguo National (que era como mi segunda casa) el nuevo museo es otra cosa, inmensamente más grande pero menos romántica. La exposición permanente se basa en un recorrido por la experiencia de ser soldado (británico) a través de los tiempos ilustrada con historias personales y numerosos objetos. Durante la visita puedes observar cosas tan curiosas como los varios dedos de las manos y los pies que perdió el mayor Michael Bronco Lane, miembro del SAS, en la expedición militar que coronó el Everest en 1976; un instrumento para tatuar desertores, un trozo de la vía férrea del ferrocarril de la muerte (el de El puente sobre el río Kwai) o, junto a la cómoda de Lord Raglan en Crimea, el culo de un militar orinando en una base de Afganistán. Es comprensible que haya gente que prefiera la Tate.

Un empleado del Mational Army Museum ajusta el traje de Lawrence de Arabia sobre un maniquí.

Pero también siguen exhibiéndose, desconcertantemente recontextualizadas, las viejas reliquias del museo: el gato disecado de Sebastopol, la casaca ensangrentada que llevaba Campbell en el motín de los cipayos, el águila arrebatada al 105 º regimiento francés en Waterloo o la inolvidable nota escrita por el teniente Joseph Fenwick con su propia sangre en la misma batalla: “I’m shot thro the body, for God’s sake send me a surgeon, english if posible” (los errores, comprensibles si te han pegado un tiro, son suyos no míos). Hay que felicitarse de que se exhiban también la ropa y la daga de Lawrence de Arabia, el uniforme de lancero de Bengala y la estatua del masacrado teniente de los Guías Walter Hamilton (VC).

En lo negativo, la experiencia extravagantemente conceptual de lo que se siente en una batalla (parece una instalación de la fundación Tàpies), la horrorosa escultura del gran vestíbulo, La rata del desierto, hecha de trozos de vehículos; la desaparición del fusilero Sharpe y la transformación de la vieja (tronada y maravillosa) tienda de recuerdos y librería en un punto de venta estándar y con poca gracia, aunque aún puedes comprar réplicas de la Cruz Victoria para los buenos amigos....

 

 

Del Wadi Rum a Farga ,,, 13.6.25

Marisa Carandini expone sus ‘collage’ producto del “reciclaje estético”

Marisa Carandini, junto a una de sus obras.

Parece una vieja lata de coca-cola cualquiera, muy ajada y chafada eso sí. Pero provine del legendario Wadi Rum, los majestuosos predios del desierto jordano donde veló armas la revuelta árabe. Podemos pensar —echándole mucha imaginación porque entonces aún no había latas de coca-cola— que la descartaron Feisal y Lawrence de Arabia o incluso que la aplastó el camello del siempre airado Adua. Del Wadi Rum se la trajo Marisa Carandini y la ha incorporado a una de las 40 obras que expone en el restaurante Farga de la calle de Beethoven de Barcelona.

Conocida interiorista barcelonesa e impenitente viajera, Carandini (de un linaje de Módena que incluye a ¡ Christopher Lee! —Christopher Frank Carandini Lee—) exhibe en sus cuadros con técnica de collage otras latas historiadas, como la de agua o combustible que recogió en el desierto al sur de Libia, en el Fezán, el legendario reino de los garamantes, y que podrían haber dejado allí el Long Range Desert Group o las unidades de reconocimiento del Afrika Korps.

“Cojo algo y pienso: a esto le podría dar otra vida”, explica la artista.

Marisa Carandini sonríe amablemente ante estas calientes efusiones históricas porque lo que le interesa de los objetos que encuentra y hace formar parte de sus obras no es su historia con mayúsculas: es lo que le dicen a ella, el mensaje secreto que le susurran. “Cojo algo y pienso: a esto le podría dar otra vida”, explica.

Indudablemente tiene una relación privilegiada con cada objet trouvé que integra en sus creaciones, ya se trate de latas aplanadas, de rasquetas de estucador usadas, de paletas de pintor de brocha gorda, de páginas de un libro, hierros o de un posavasos que su marido Santi París (él sí un fanático de Beau Geste y Las cuatro plumas aunque difícilmente lo iban a pillar en Zinderneuf o Abu Klea), se trajo de joven de Alemania. Algo le dicen las cosas. “Reciclaje estético” denomima Carandini a su trabajo artístico que parte del extraordinario conocimiento de los objetos (incluso los más humildes) y las posibilidades de estos que le han proporcionado las tres décadas de su labor como interiorista. También de ahí han de proceder su buen gusto y su sentido del equilibrio y la composición que hacen tan atractivos sus cuadros, en los que aparecen algunos motivos recurrentes como los hipnóticos dameros.

 

 

Medea también pudo matar al niño Gabriel ,,, 13.6.25

Lluís Pasqual lleva a escena la tragedia griega con Emma Vilarasau de protagonista

Emma Vilarasau como Medea en el montaje del mismo nombre de Lluís Pasqual.

Gran semana trágica en los escenarios catalanes: tras arrancar el miércoles las representaciones del Èdip de Oriol Broggi y Julio Manrique (encomendados a Sófocles) es el turno de la Medea de Lluís Pasqual y Emma Vilarasau (bajo la égida de Eurípides). Medea, la mujer de una tierra salvaje que por despecho y celos mata a sus hijos para vengarse del padre, el hombre que la ha abandonado por otra, llega al Teatre Lliure en la piel de la Vilarasau —con el cabello muy corto— en un montaje dirigido por Pasqual y que se estrena el próximo miércoles. El director, que ya había hecho una Medea en 1979 con Núria Espert, es también autor, junto con Alberto Conejero de la versión en la que mezclan la tragedia de Eurípides con la que sobre el mismo tema, con algunas variaciones del mito, escribió Séneca.

Medea es una mujer de armas tomar que se ve arrastrada a una serie de traiciones y crímenes espeluznantes a causa de la pasión que le inspira el héroe Jasón. Princesa y sacerdotisa con ribetes de hechicera en la Cólquide donde reina su padre, en la leyenda Medea ayuda a Jasón a robar el mágico Vellocino de Oro que ella custodia y huyen juntos, con los argonautas, el grupo estilo Patrulla X que acompañaba a Jasón. Para desanimar a los perseguidores, Medea comete un primer asesinato: mata a su hermano, lo descuartiza y arroja los trozos al mar. Empezamos bien. Todo eso es background de la tragedia en la que encontramos ya a la pareja, con dos hijos, refugiados en Corinto donde el rey Creón le propone a Jasón repudiar a Medea y casarse con su hija Creusa. Él accede y es por eso por lo que Medea, ante la nueva boda se convierte en una furia (leona y Escila a la vez): mata al rey y a la princesa (prometida) y luego a sus propios hijos.

¿Por qué hacer Medea hoy? "En principio porque tienes a la actriz para hacerla", responde Pasqual. "Como con Hamlet no es una obra en la que un director se levanta un día y dice: voy a hacer Medea. Te dices voy a hacer Medea con.... Luego, al ir trabajando te das cuenta también de porqué has escogido hoy esa tragedia: estamos en un momento de desesperanza. Ir a Medea es ir a los mitos fundacionales, a que nos cuenten el porqué de la irracionalidad llevada al extremo. Porque estamos en un mundo irracional, perdemos la luz y la razón, el pensamiento que produce el lenguaje y el lenguaje que produce el diálogo”. ¿Estamos hablando de las consecuencias del procés? "Y del Daesh (el ISIS) y de tantos movimientos irracionales que sin duda tienen todos una explicación y que han surgido por algo, pero la irracionalidad me da mucho miedo".

Pasqual añade que la obra contiene por supuesto temas como el feminismo, la violencia de género o la suspicacia ante el Otro. "Medea es mujer y es una extranjera, una refugiada que no entiende las leyes de su nueva patria. La obra está llena de referencias contemporáneas, no hace falta ni buscarlas. Resuenan por todos lados".

La tragedia en sí, "es muy de manual, un ataque de celos incontrolable. Medea mata para hacer daño a su marido. Medea ataca donde más le duele a Jasón". Pasqual señala que no hay diferencia entre el comportamiento de Medea y el de Ana Julia Quezada, la asesina confesa del niño Gabriel en Hortichuelas, que demuestra qué distancia tan corta media entre Málaga y Corinto.

De la comparación entre Èdip y Medea, Sófocles y Eurípides, dice que el segundo es más melodramático, y Sófocles más seco, más árido. "Pero los dos hablan de lo mismo, de la ira, de la irracionalidad, que era el pecado más grande para los griegos, la reacción solo de cintura para abajo. Y Edipo en Colona habla también de los refugiados, claro”.

Pasqual elimina el coro, al que cree que el espectador contemporáneo sustituye con sus propias reflexiones, reduce el reparto a la Vilarasau, tres actores (Andreu Benito, Roger Coma y Joan Sureda) y dos niños y deja la tragedia en una hora pelada, reducido el mito "al hueso".

El espectáculo está apoyado por unos vídeos y una banda sonora en la que destaca El lamento de Dido de Dido y Eneas de Purcell —Dido, abandonada por otro héroe, tiene mucho en común con Medea— en la voz de Jeff Buckley y que cantan también los niños, así como fragmentos de Radiohead, Metallica y Queen.

La propaganda de Corinto y la Medea nazi

"Mientras ensayábamos, todos los días la televisión contaba historias que parecían la nuestra", explica Pasqual. "Aunque, como con Roberto Zucco o Bodas de sangre, los hechos periodísticos adquieren otra dimensión cuando los toma un poeta". ¿Surgió Medea quizá, como esas obras, de un suceso verdadero? "Creo que sí, el mito de la extranjera que mata a sus hijos por celos tiene una sonoridad real. Y no olvidemos que Eurípides escribe la obra como un encargo político: se la piden las autoridades de Corinto para conjurar la mala fama de la ciudad en el mito. En una variante que parece la original, los hijos de Medea y Jasón son asesinados por los habitantes de Corinto tras haber ella matado al rey y a su hija. Eurípides habría cambiado eso para librarles del sambenito y la maldición. Fue un encargo de propaganda política, lo que también tiene sus connotaciones contemporáneas".

A Magda Goebbels, la mujer del ministro de Propaganda de Hitler, que asesinó a sus seis hijos (cuyos nombres empezaban todos por H) se la ha denominado la Medea nazi. “Los mató con pastillas, pero sí, nos hemos acordado de ella haciendo la tragedia, inevitablemente”.

 

 

El peligro de querer saber quién eres ,,,

Oriol Broggi estrena en el Romea 'Èdip’, de Sófocles, con el énfasis en la importancia de buscarse a uno mismo. Julio Manrique encarna al protagonista

Julio Manrique como Edipo en 'Èdip' que se representa en el Teatre Romea.

Oh infortunado Edipo, realmente. “Si hay un mal aún mayor que el mal, ése le alcanzó a Edipo”, señala el corifeo en Edipo rey,de Sófocles. A ver si no: “Yo que he resultado nacido de los que no debía, teniendo relaciones con los que no podía y habiendo dado muerte a quienes no tenía que hacerlo”. Así se exclama en la tragedia el personaje, que se ha convertido en sinónimo de desgracia y de complejo.

Oriol Broggi, que ya ha tenido relaciones con el género de la tragedia, y Julio Manrique, que debuta en él, afrontan la compleja materia como director y protagonista respectivamente en Èdip, la versión de la obra clásica adaptada por Jeroni Rubió y producida por Focus que inició sus funciones anoche en el Teatre Romea.

“La base del espectáculo es el Edipo rey con algo añadido del Edipo en Colono, en la que Sófocles trató los últimos días del personaje” (de paso incluyendo el autor su propia localidad natal, a media hora de Atenas), explica Broggi, que dice que también han usado algunas de las ideas de Wajdi Mouawad en su adaptación moderna Las lágrimas de Edipo, y han incluido asimismo algunas referencias al mito griego (como lo relacionado con la esfinge, “la cruel cantora” a la que se alude en Edipo rey) para hacerlo más comprensible a un público general. “Hemos tratado de redondear, de explicar al máximo la historia de Edipo”.

"Hay que decidir qué es más importante si las leyes de los dioses o los deseos de los hombres”, reflexiona el director.

De la actualidad de esa historia, Broggi dice que es “tremenda, tiene muha fuerza este texto sobre una persona que vive tranquilamente creyendo saber quién es y un día le dan unos inputs que le hacen dudar de sí mismo y empieza él una investigación que le lleva al infierno y a literalmente arrancarse los ojos para no ver adónde le ha conducido todo”. El director continúa: “A todos nos pasa que necesitamos saber quién somos”. En cambio, el tan cacareado complejo de Edipo le parace algo “circunstancial”. No niega que el impulso de matar al padre y tener sexo con la madre pueda ser algo universal, como sostuvo Freud, “pero lo importante es el ser humano que se busca a sí mismo y que se ha convertido en el paradigma, la medida de todas las cosas, como sintetizó Protágoras. A la pregunta que se formula en Edipo, la respuesta es el hombre”. La cuestión de quiénes somos resuena en estos días de procés. “Sí, y en el cristo que se ha montado por preguntar, pero hay que decidir qué es más importante si las leyes de los dioses o los deseos de los hombres”.

Broggi destaca la genialidad de Sófocles, ese tipo que ganó un pleito a su propio hijo, se cuenta, que trataba de incapacitarlo, recitando en el tribunal un fragmento de Edipo en Colono, que acaba de componer, y del que se dice que murió a los noventa años ahogado al tratar de leer sin tomar aliento un pasaje de Antígona (una muerte casi tan absurda como la legendaria de Esquilo con el tortugazo: sería acaso una tradición entre los trágicos morir de maneras raras).

¿Qué lección hay en Edipo? Broggi ríe quedamente. “No lo sé, quizá te lo diga en unos años. Es peligroso buscar lecciones. No hay moraleja. Pero es bastante inevitable que lo que ves de ti no siempre te gusta, aun que no por eso dejas de ser tú. En todo caso, hablar de magia y de mito es apasionante, sientes que estás explorando la historia de Europa. No soy filósofo ni le damos mucha importancia a esa parte de trasfondo de pensamiento griego. Sin embargo, aprecio algo formal en la tragedia que es muy atractivo, como el trayecto del héroe. Ya lo ví cuando hice Antígona y flipé mucho”. Para el director, no hay duda de que “la vida es una tragedia y siempre acaba mal”.

Van a coincidir en cartelera el Èdip de Broggi y la Medea de Pasqual, en el Lliure. “Es casualidad, una coincidencia. Sea como sea, Eurípides no es Sófocles, hay algo exagerado en él, Sófocles es más humano, más esencial”.

El montaje es muy despojado, con apenas un par de canciones un vestuario que sugiere un punto el Mahabharata de Pere Brook y “ninguna modernez”.

“Los ojos me los saco fuera”, dice el actor

La decisión de cómo se muestra ese acto tremendo de Edipo de sacarse los ojos ha sido un proceso complejo. “Al final me los saco fuera de escena”, señala Julio Manrique que encabeza el reparto en el que figuran también Mercè Pons, Clara de Ramon, Carles Martínez, Marc Rius, Miquel Gelabert y Ramon Vila. “Es la primera tragedia que hago, no es fácil pero resulta apasionante. Es un texto fundacional, gran pate de nuestra cultura bebe de ahí”. ¿Más difícil Edipo o Hamlet? “Son diferentes, no sé. Con Edipo acabo mareado. Con Hamlet tenemos un vínculo más directo, nos es más familiar. La tragedia evoca un paisaje más lejano y solemne, aunque Broggi ha buscado un equilibrio entre la sencilleza y lo elevado”.

 

 

“El sueño de Terenci era ser Truman Capote en la fiesta”, recuerda Maruja Torres  ,,,

Homenaje en la librería Calders con motivo de los 15 años de la muerte de Moix

Terenci Moix, homenajeado en el 15 aniversario de su muerte.

Fue llegar a la librería Calders y ver que en el local de al lado, con la persiana bajada, un letrero anunciaba “Reformas Amon Ra” y parecer que el propio Terenci enviaba una carcajada desde Alejandría para saludar el homenaje que se le tributaba.

Bajo el lema 15 anys sense Terenci Moix la Calders y Edicions 62 organizaban ayer un acto que sirvió también para presentar la nueva edición de El dia que va morir Marilyn. El escritor mallorquín Sebastià Portell, que no conoció a Terenci (y no sabe lo que se perdió), y el crítico Julià Guillamon hablaron de la obra del autor fallecido, resaltando ambos su relevancia y actualidad.

Pero lo realmente sensacional del acto fue la participación de Maruja Torres. Cuando empezó a hablar sobre su querido amigo Terenci, de esa forma que habla Maruja que te destornillas al tiempo que se te ponen los pelos como escarpias, las cenizas de Terenci volvieron a flotar en el aire sobre un pantalán alejandrino hasta metérsete en los ojos y llenártelos de lágrimas mientras el dios abandonaba a Antonio y los sueños se hundían junto al viejo faro. Incluso la durante todo el acto circunspecta Emily Dickinson (en una foto en la pared) pareció emocionarse cual si hubiera recibido carta del pastor Wadsworth.

“¡Qué jóvenes que sois, criaturas!”, espetó Maruja a Portell y Guillamon, mientras recogía la memoria de Terenci del ámbito de la crítica literaria para materializarlo en dos plumazos como si, improbable sacerdotisa de Isis, llevara en la mano la azuela ceremonial para resucitar a los difuntos en la ceremonia de la apertura de la boca faraónica. Recordó cuando leyeron juntos en El Noticiero Universal que Marilyn Monroe, “a la que el mundo patriarcal y casposo de entonces consideraba un putón desorejado”, había muerto y cómo ambos, enrrabietados, exclamaron a la vez “¡La ha matado la Twenty Century Fox!”. Dijo que ha vuelto a mirarse el libro, El dia que va morir Marilyn, y “da cosa el paso del tiempo, que era el tema de Terenci”. Añadió que esa era “l’esquerda” , la grieta, el punto de fractura del escritor. “Tradujo Suave es la noche de Scott Fitgerald y consideraba que la vida te jode cuando dejas de ser joven, y te jode del todo cuando te olvidan”.

“El sueño de Terenci”, continuó, “era imaginarse, pasar de Ramón a Terenci, como yo de Maria Dolores a Maruja. Eramos una generación que quería hacer cosas distintas. Teníamos nuestra culturita, íbamos al teatro como locos, leíamos enfervorecidos y hablábamos de lo que leíamos y veíamos. Y así pasó la vida”.

Destacó Maruja que Terenci era un “cosmopolita total” y que “Alejandría para él era Barcelona,” que “había mamado el pop y era pop” y que quería “ser Truman Capote en la fiesta”. “Así lo queríamos, así nos alegraba la vida y así lo echamos en falta”. Los amigos le pedían “que se dejara ya de la Preysler, él que había empezado con la Callas. Pero en realidad, Terenci se tomaba muy en serio su obra. Yo, que no soy nostálgica y envejecer no me preocupa, entiendo su peterpanismo. Pero, aparte de Peter Pan, él también era Campanilla: te lanzaba estrellitas y tú volabas”.

 

 

“Me gustaría ser más que casi Nobel” ,,,

El keniata Ngugi wa Thiong’o presenta la segunda parte de sus memorias, que relatan su educación durante la represión británica del Mau Mau

El escritor keniata Ngugi wa Thiong'o, en la librería La Central de Barcelona donde presentó su libro de memorias 'En la Casa del Intérprete'.

Ngugi wa Thiong’o ha regresado para presentar la segunda parte de sus memorias -En la casa del intérprete (Rayo Verde)- a Barcelona, donde ya presentó el año pasado la primera (Sueños en tiempos de guerra). En el ínterin, ha estado a punto de ganar el Premio Nobel de Literatura, al que era uno de los candidatos más firmes. ¿Qué tal es haber sido casi Nobel? El escritor keniata (Kamirithu, 1938), se mesa la barba que, como el cabello, parece entreverada con algodón, y ríe con gran deportividad ante la pregunta. “Casi es casi”, responde. “Me alegré, por supuesto, de que se me considerara entre los favoritos, pero me gustaría ser algo más que casi”. ¿El año que viene, entonces? “No lo sé, ¿está usted en el comité?”, bromea lanzando una carcajada.

En la casa del intérprete arranca en 1955 al final del primer trimestre en la escuela, que era donde acababa la primera parte (habrá una tercera) de las memorias de Ngugi, que en 1967 cambió su nombre “colonial”, James Ngugi por el africano y comenzó a escribir en kikuyo y swahili, convirtiéndose en un gran defensor de las lenguas de su país. El joven, nacido en una choza (“un espacio multifuncional que compartíamos con un rebaño de cabras”), tuvo la suerte de poder ingresar en la Alliance High School, una escuela misionera, la primera de estudios secundaria para africanos en Kenia. La vuelta a casa de vacaciones tras ese primer trimestre interno fue especialmente dramática. “Era la primera vez que había dejado mi pueblo, estábamos en plena guerra con los británicos, el Estado colonial que trataba de reprimir el movimiento nacionalista. La escuela era un refugio, un espacio protegido, y había un contraste dramático entre lo que vivías en ella y lo que pasaba fuera, donde había sangre en las calles”.

Le costó entrar en los boy scouts porque el nombre suena, por lo visto, a la palabra que se usa en kikuyo para los enterradores  de hienas

Cuando Ngugi llegó a su casa (en un suburbio de Limiru), con su uniforme y sus primeros zapatos, ilusionado por explicar que era de los mejores de la clase, se encontró con un montón de escombros. La cabaña de su madre y la choza de su hermano ya no existían. Todo el poblado había desaparecido. Los británicos habían trasladado forzosamente a sus habitantes y a los de otros pueblos a unos terrenos cerca del puesto de mando de las milicias locales, para vigilarlos mejor. “Era en realidad un campo de concentración, y ahí habían llevado a mi familia”.

Su hermano, el Buen Wallace, como lo denomina Ngugi, se encontraba huido y lo perseguían como miembro de la guerrilla insurgente del Mau Mau. “El Estado colonial lo denominaba así, que no significa nada, es puro mumbo-jumbo sinsentido, por la sonoridad siniestra. Pero el grupo se llamaba de verdad Land and Freedom Army, Ejército de la Tierra y la Libertad, un nombre muy claro, aunque, por supuesto, los británicos no querían claridad. En realidad, cualquiera que luchara contra la opresión colonial, cualquier disidente, era considerado un terrorista”. A su hermano acabaron atrapándolo tras caer en una emboscada y lo internaron en el campo de Manyani. Su cuñada, acusada de colaborar con la guerrilla, fue recluida en la temida cárcel de máxima seguridad de Kamiti.

“Cuando un pueblo conquista a otro, le impone su forma de nombrar las cosas, y así se hace propietario de ellas”

La historia de Ngugi en la Alliance High School, mientras afuera caía el propio Dedan Kimathi, el legendario líder del Mau Mau -ahorcado y enterrado en un lugar desconocido-, es la de un chico demediado entre dos mundos (le costó entrar en los boy scouts porque el nombre suena, por lo visto, a la palabra que se usa en kikuyo para los enterradores profesionales de hienas), hondamente aferrado a sus raíces tradicionales pero educado estrictamente en inglés y apasionado devorador de la literatura de los opresores británicos que servía como herramienta para el dominio de África. Una contradicción sobre la que ha escrito y reflexionado abundantemente el autor de Descolonizar la mente, su obra más influyente. “Cuando un pueblo conquista a otro, le impone su forma de nombrar las cosas, y así se hace propietario de ellas”, explica Ngugi, que ha hablado del tema durante su participación en el festival MOT de Olot y Girona. “Nueva York, por ejemplo, tenía antes de los colonos europeos un nombre nativo que fue borrado de la memoria. La memoria africana está viviendo aún las consecuencias lingüísticas de la conquista europea. Hay una África francófona, anglófona, lusófona. Los Gobiernos actuales han de adoptar una política lingüística más progresista que garantice la continuidad de las lenguas africanas”.

El escritor, que considera el monolingüismo una verdadera peste para las culturas, defiende que no debe existir una jerarquía de las lenguas sino una red. “Todas tienen la misma capacidad”, insiste. ¿No está cansado de dar la batalla por las lenguas? “No, llevo mucho años haciéndolo y siguen las mismas desigualdades y sus consecuencias, pero no en balde me describen como un guerrero de la lengua. ¡La lucha continúa!”.

“Memorias de África’ es inaceptable”

Hay gente a la que le molestan las pullas que Ngugi lanza a escritores europeos a los que considera racistas. Blanco de sus iras son Nicholas Monsarrat, Rider Haggard, Elspeth Huxley (la autora de The flame trees of Thika) o Karen Blixen (Isak Dinesen).

"¡Oh, Karen Blixen!", exclama el escritor keniata. "He hablado mucho de ella, incluso en su país, Dinamarca. Reconozco que era una persona interesante y buena escritora, pero su visión de África, que plasmó en su Memorias de África es inaceptable. Consideraba que el desarrollo mental de los africanos estaba detenido en el nivel de un niño europeo de 12 años. Yo estuve expuesto a muchos libros que si no leías con atención te hacían tragar cosas como esa. ¿Están ustedes de acuerdo con ella?, ¿podemos leerla pasando por alto esas opiniones? Yo creo que no.La visión condescendiente hacia los africanos aparece en muchos otros autores. Los africanos no podemos obviarlo".

Ngugi también ha abjurado de las historias de aventuras del piloto Biggles inventadas por el capitán W. E. Johns y que le encantaban de joven, hasta que entendió que entre los enemigos del aviador de la RAF estaban los guerrilleros del Mau Mau. “Son estupendas novelas de aventuras, pero cuando ves qué acciones hace, a favor de quién, contra quién... Al crecer me horrorizo ver lo que explicaba”.

 

 

 

La División Azul y la Barcelona gris de la que nadie quiere acordarse

Fernando Garí reconstruye con extraordinaria autenticidad en su novela 'Seis años de invierno' la vida en el frente ruso y en la ciudad de la inmediata posguerra

Fernando Garí, autor de la novela 'Seis años de invierno'.

En Seis años de invierno (Ediciones B) salen cosas que solo las puedes saber si te las cuenta alguien que las ha vivido. Como lo de que en la División Azul, junto al Voljov, a cuarenta grados bajo cero, cuando iban a orinar, los soldados se ponían un viejo calcetín sin puntera en el miembro para evitar que se les congelara. O lo de las artísticas creaciones decorativas que los guripas, los divisionarios, hacían con el líquido amarillo helado.

Fernando Garí (Barcelona, 1956), el autor de la novela, sonríe. "Así es, mi padre tuvo un amigo íntimo que estuvo en la División Azul, en artillería, y en casa cuando no sabían qué hacer conmigo me dejaban con el tío Enrique, que así le llamábamos. Era policía, un tipo jovial y simpático. Hay un personaje en la novela que es un homenaje a él. Explicaba historias del frente ruso que se me han quedado".

En la novela que va de 1941 a 1947, con algunos flash backs, y se desarrolla en el contingente español enviado a luchar a la URSS codo a codo con el ejército alemán y en la Barcelona de poco después de la Guerra Civil, aparecen también descritos con conocimiento de primera mano personas y episodios de lo que era la vida en la capital catalana de entonces. Sorprendentemente, la perspectiva que ha adoptado Garí, miembro de una conocida familia de la burguesía barcelonesa, es la de las clases altas y los ambientes acomodados, con lo que el retrato social que aparece en su novela (la primera que escribe) es el de una Barcelona de la que ahora nadie parece querer acordarse. Nada que ver, desde luego, con la ciudad de Colau.

El protagonista es Miguel Arquer, el joven hijo de un empresario torturado y asesinado de un tiro en la nuca en la checa de la calle de San Elías y al que el odio a los Rojos y la sed de venganza le impulsa a alistarse (como a tantos otros) en la División Azul. La novela, que mezcla género bélico, fresco social, thriller, romance, erotismo y espionaje (¡quién da más!), se abre con el protagonista caminando hacia la estación de Francia con el petate al hombro como un imposible Ismael con el Cara al sol en los labios mientras la multitud va convergiendo para despedir al contingente entre gritos de "¡Viva Alemania!" y "¡Rusia culpable!". Miguel es un chico ingenuo que no entiende la contradicción de partir de cruzada con una edición de Sin novedad en el frente en el bolsillo y que a lo largo de la novela experimentará, entre aventuras, peligros, amores y sinsabores, una honda transformación.

Una columna de la División Azul en marcha.

Entre lo mejor del libro están los villanos, el sargento Montilla, el empresario Esteban Bonell, que se ha puesto del lado del bando vencedor de la guerra para prosperar, y su hijo Jorge, falangista, y sobre todo, curiosamente, la madre del protagonista, Alicia, una madura, bellísima y elegantísima mujer dispuesta a todo para medrar en el nuevo mundo y que utiliza el sexo como su principal arma. Es un personaje poderoso. “Mucho, en realidad quizá el más potente de la novela. Los personajes perversos tienen más encanto y personalidad, más recovecos. No era consciente de lo mala que me estaba saliendo, tuvo vida propia”. También parece que aquí disponga Garí de información de primera mano. Es un modelo de mujer con carácter que se ha estilado en la clase alta barcelonesa. “No digo que tenga algo autobiográfico pero sí personal, he podido conocer a alguien parecido”.

Con respecto al tratamiento del sexo en la novela, absolutamente sin tapujos, dice Garí que es un buen gancho. “Es poner mostaza a la salchicha”, lanza, sin quizá ser del todo consciente de lo contundente de la expresión.

Hay muchas otras referencias que se pueden rastrear en la novela, casi un roman a clef en ese aspecto. Nombres de personas y familias apenas disimulados. Tote del Moral, los Bertrand, los Baulell, Jimmy Arnau, los Ribot, los perfumistas Puiggrós.

En cuanto a los otros villanos ricos. “No se diferencian mucho de los grandes hombres de negocios de hoy en día. No es que detrás de cada fortuna haya un pecado, pero sí cierta falta de escrúpulos. Se puede ganar dinero pero no una fortuna siendo escrupuloso. Y continúa: “Tiene una fascinación peligrosísima el dinero. Es curioso ver cómo la gente que lo tiene se construye un argumento para vestir la legitimidad de su fortuna”.

De la burguesía barcelonesa dice que hubo un sector alto extremadamente colaboracionista con el franquismo. "A la más catalanista le costó colaborar, porque no se veía identificada con su proyecto nacional, pero había que sobrevivir y se hacían negocios hasta con el diablo si era preciso".

Acto de Falange en Barcelona en la posguerra.

 La Barcelona de las checas y los asesinatos de gente bien aparece en el libro. “Hubo muchas personas que fueron perseguidas. A mi abuelo lo fueron a buscar los de la FAI para darle el paseillo. Por suerte no lo encontraron y pudo marcharse. En 48 horas estaba en Génova.  Muestro la Barcelona cainita que fue a cargarse a muchos de sus ciudadanos. Ahoa está de moda hablar de las revoluciones populares,de la autogestión de las fábricas, todo eso está muy bien, pero esas experiencias sociales se hicieron a costa de derramar sangre”.

Fernando Garí reflexiona que el franquismo en Cataluña “se quiere hacer ver a veces como algo llegado de otro planeta y que se introdujo por la fuerza de las armas,como si no hubiera habido franquistas aquí y mucha gente que aplaudió la entrada de las tropas por la Diagonal”. Matiza sin embargo que en su novela no quiere reivindicar ningún bando ni ideología, y de hecho el protagonista experimenta un cambio ideológico radical. “Pero sí recordar que hubo gente que durante la guerra tuvo que esconderse o marcharse de Barcelona”.

De la ciudad que retrata, considera que “no se la ha contado bien”. Para mostrarla, lo que hace con detalles muy exactos, se ha documentado con fotos y los NO-DO de la época. “Quería una imagen muy diáfana de Barcelona sin caer en esterotipos. Era una ciudad muy diferente de la actual, claro, con esa grisura opresiva que nace no tanto de los escombros de la guerra como de la tristeza de la miseria y la derrota. Una Barcelona dolida, castigada”.

En la trama de Garí, un apasionado de las motos que tuvo en su momento la carismática Lobito, aparece una fábrica de motocicletas que juega un papel fundamental. “Hubo una industria importante de ellas, incluso antes de la guerra. Algunas de las cosas que cuento en realidad recuerdan a la historia de Bultaco, que es posterior. De hecho me gustaría que alguien escribiera el drama de Bultaco, una historia tristísima”.

Episodios del Holocausto y una máquina Enigma

“Siempre me han interesado mucho la Segunda Guerra Mundial y la historia militar en general”, dice Garí de la parte de la novela que se desarrolla en el frente ruso, en el que se desenvuelve muy bien, mostrando el ambiente con gran verosimilitud (MG 42 recalenntadas y T-34 incluidos) y hasta batallas. “Ayuda tener visión cinematográfica”, apunta.

Considera que la División Azul sigue siendo un episodio bastante maldito y que constituyó un faux pass del régimen que Franco quiso tapar luego, y lo consiguió bastante. "En realidad los divisionarios hubieran hecho mejor alistándosde en el otro bando".

Señala que inicialmente hubo mucho entusiasmo. “Había una motivación muy intensa en muchos sectores. En Barcelona quizá no tanta pero también hubo gente que marchó muy convencida, con una carga ideológica considerable”

En la novela aparecen referencias al Holocausto, episiodios del cual Garí está convencido que los divisionarios presenciaron, y la máquina de codificar Enigma.

 

 

Pepe contra la flota de Cuba

Familiares del almirante Cervera que da nombre a la calle que pasará a llamarse Rubianes deploran el cambio

Un cartell ja anuncia el nou nom del carrer.

Seguro que Pepe Rubianes, en el Más Allá, espera ansioso que el 15 de abril la calle en la que vivía, la del Almirall Cervera, en la Barceloneta, pase a llevar su nombre, tal como prometió el Ayuntamiento hace años. No tanto los descendientes del almirante gaditano Pascual Cervera y Topete (1839-1909), el famoso protagonista de la pérdida de la flota española en Cuba en el 98, que verán como su apellido desaparece del callejero barcelonés.

Para Guillermo Cervera Calonje, tataranieto del almirante y conocido fotoperiodista y fotógrafo de guerra, que tiene vivienda en Barcelona, la decisión de cambiar el nombre de la calle es, sin ambages, “una cagada”. Y añade: “Los catalanes podrían incluso reivindicar a mi ancestro porque España le dio literalmente por el culo, haciéndolo responsable de la pérdida de la flota cuando lo que hacía era cumplir órdenes del Gobierno. Estuvieron a punto de enviarlo a la cárcel. No tiene sentido que alguien lo vea ahora como un símbolo español, hay que joderse”.

Guillermo Cervera, al que le parece “una estupidez” el cambio, se encuentra actualmente inaugurando una exposición fotográfica en la galería Anastasia Photo de Nueva York. Precisamente acaba de estar buceando entre los pecios de la flota de Cuba hundida en la bahía de Santiago el 3 de julio de 1898 a fin de fotografiar los barcos hundidos para hacer un reportaje.

Guillermo Cervera Calonje, tataranieto del almirante.

Por su parte, Guillermo Cervera Govantes, bisnieto del almirante Cervera, se ha quejado, en una carta al diario ABC este martes, de que arrebatar su apellido a la calle supone “un serio agravio a la memoria” de su familia “por la forma empleada y los insultantes valores enquistados en la persona del llamado a sustituirle”.

Pepe Rubianes, fallecido el 1 de marzo de 2009, a menudo habla virtualmente desde el Más Allá a través de los denominados sus viudas, un colectivo de artistas y amigos que velan por la dignidad del actor. Joan Lluís Bozzo, director de Dagoll Dagom, portavoz del grupo, ha comentado que Rubianes se tomaría los comentarios de los Cervera con buen humor: “Les diría que se lo tomaran con deportividad. Unas veces se gana y otras se pierde. Su antepasado ha tenido una calle en Barcelona 70 años y ahora le toca a él”, ha comentado Bozzo, en tono de broma.

Todas las vías públicas de Barcelona son susceptibles de cambiar de nombre. Cualquier ciudadano puede proponer que una nueva denominación. Será la ponencia del nomenclátor del Ayuntamento la que estudie la propuesta y decida si está justificada o no.

Como Pepe Rubianes vivía en la calle del Almirall Cervera, el entorno del artista propuso que esa fuera la vía que llevara su nombre. Que sea la de alguien con principios tan lejanos a los del actor es “pura casualidad”, en palabras de Bozzo.

 

 

Reivindicación de Reinaldo de Chatillon, cruzado

Una biografía del malo del filme 'El reino de los cielos' lo presenta como un gran hombre de su tiempo

Reino de los Cielos
FOTO: El actor irlandés Brandan Gleeson en el papel de Reinaldo de Chatillon en 'El reino de los cielos'. / VÍDEO: Tráiler de 'El Reino de los Cielos'.

La imagen que tenemos en general de Reinaldo de Chatillon (c.1125-1187), que tuvo el dudoso honor de ser degollado por el propio Saladino - que lo detestaba-, es la de la estupenda película El reino de los cielos, de Ridley Scott, que era buenísima, sí, pero que en muchos aspectos se pasaba la historia de las cruzadas por el forro y ponía verde al personaje que nos ocupa, describiéndolo, recordarán, como un psicópata asesino, un bandido y un payaso. Lo interpretaba, pasándoselo en grande (nada como hacer un malo malísimo), el actor irlandés Brandan Gleeson, que ya en Troya encarnó a un Menelao que moría durante la guerra por exigencias del guion aunque ello supusiera enmendarle la plana a Homero y cargarse varias tragedias de Eurípides.

En El reino de los cielos, a Reinaldo de Chatillon se le adscribe a los templarios, como si eso le diera aún más lustre siniestro a ser un criminal sediento de sangre y estar chiflado. Reinaldo en realidad nunca fue templario y aunque es verdad que es muy controvertido por sus violentos impulsos, su ardor guerrero, su carácter vengativo y por algunas de sus acciones (se cuenta que le gustaba lanzar a sus víctimas desde las murallas de su castillo, el famoso Kerak en Transjordania, y que expuso desnudo al Patriarca de Antioquía, cubierto de miel para que lo torturaran los tábanos y moscas), la tendencia actual de la historiografía es a mirarlo con ojos más amables o al menos más justos.

Reinaldo es el único cruzado contra el que ha atentado Al Qaeda que envió en 2010, nueve siglos después,  un paquete bomba a su nombre que debía estallar en un avión sobre Chicago

Así lo hace el estudioso Jeffrey Lee en un tan documentado como entretenido libro reciente, God’s Wolf, the life of the most notorious of all crusaders Reynald de Chatillon (Atlantic Books, 2017), que reivindica al caballero y lo caracteriza como un hombre de su tiempo -un tiempo duro el siglo XII, cierto- cuyas iniciativas, que nos pueden parecer hoy severas, por decir poco, sirvieron para mantener las posesiones cristianas en Tierra Santa y el Reino Latino de Jerusalén. Es leer el libro y no solo replantearse las cruzadas y El reino de los cielos (ya no nos caerá tan simpático el Balian de Orlando Bloom) sino elevar a Reinaldo al pódium de nuestros héroes medievales favoritos, junto a Godofredo de Bouillon, Chrysagon (el normando de Charlton Heston en El señor de la guerra) o el atormentado templario (él sí) Brian de Bois-Guilbert.

El autor, que recuerda que Reinaldo es el único cruzado contra el que ha atentado Al Qaeda (que envió en 2010 un paquete bomba a su nombre que debía estallar en un avión sobre Chicago), sigue a Reinaldo desde sus orígenes no demasiado ilustres en la Borgoña (en los dominios de la familia se encontraba Chatillon-sur-Loing, que le dio nombre), su comunión con los ideales caballerescos, su adopción del cisne como emblema y su enrolamiento en la Segunda Cruzada. Es una historia bastante romántica. El joven, que demostró coraje y maneras y sin duda tenía buen aspecto, tuvo un golpe de suerte al conseguir la mano de la viuda Constance, princesa de Antioquía, lo que lo catapultó a la élite de los caballeros francos en Oriente y a la larga lo convirtió incluso en King maker.

El tipo luchaba en primera línea, fue capturado en la batalla de Marash y pasó una temporada (17 años) en las mazmorras de Alepo. Volvió con el lógico cabreo y comandó la victoria sobre Saladino en Mont Gisard y se convirtió en insigne paladín. Señor de Transjordania por otro notable braguetazo con otra viuda, Estefanía de Milly, desde su famosísimo e inexpugnable castillo de Kerak (“la fortaleza”) se dedicó a asaltar las caravanas musulmanas y fue una piedra en el zapato (babucha) de Saladino. Lo de que mató a la hermana del sultán al atraparla (como aparece en El reino de los cielos) no está confirmado. Lo que sí hizo es atacar a los peregrinos a la Meca, construyendo una flota, e incluso se dice que tuvo el proyecto de desenterrar a Mahoma y llevárselo, no está claro si por fervor cruzado o para reenterrarlo en sus tieras y cobrar a los peregrinos. La tirria que le cogieron los sarracenos, que le llamaban Arnat, “el príncipe”, es comprensible.

Marcha del ejército cruzado hacia la batalla de los Cuernos de Hattin en 'El reino de los cielos'

En el lío dinástico tras la muerte del Rey Leproso (Balduino IV), se alineó con el débil y cobardica Guy de Lusignac y su esposa Sibila contra el que Jeffre Lee considera el verdadero villano de la función, el conde Raimundo III de Trípoli. Reinaldo rompía treguas con los musulmanes, cierto, pero, justifica Lee, era una práctica habitual, y lo hacía por razones estratégicas para impedir que Saladino dispusiera de tiempo para preparar sus ejércitos.

La brillante carrera de nuestro hombre acabó de manera abrupta tras la batalla de los Cuernos de Hattin, el 4 de julio de 1187, perdida por la defección de Raimundo y el bueno de Balian y la falta de templarios suficientes (masacrados en una batalla anterior), cuando Saladino lo pilló por fin. Mientras lo tenía prisionero en su tienda, harto de aquel tipo, que además se mantuvo arrogante, lo mató él mismo dándole un golpe salvaje con su espada entre el cuello y el brazo. Luego hizo decapitar al cruzado y su cabeza y su cuerpo se pasearon, separadamente, por las calles de Damasco. Saladino, apunta Jeffrey Lee,  tampoco era el fino caballero que muestra El reino de los cielos: hizo despachar a todos los templarios y hospitalarios capturados en la batalla haciéndolos decapitar chapuceramente por los estudiosos de la fe islámica que llevaba en su ejército y que, al no ser soldados, no eran muy duchos en el uso del alfanje.

El Kerak, el castillo de Reinaldo de Chatillon en Jordania.

Reinaldo fue seguramente el más peligroso y resuelto de los caballeros francos, un valiente guerrero cuyo final fue considerado un martirio. Por qué un individuo así, ejemplo de la gran aventura épica de los cruzados y al que admiraba incluso Ricardo Corazón de León (y ahora yo), va a parar como un bufón sanguinario al mejor filme de Hollywood sobre el tema es un misterio. Pero quizá es hora de que rompamos una lanza por Reinaldo de Chatillon.

 

 

Ferrer Lerín desactiva su rareza sin dejar de ser fascinantemente extraño

El escritor barcelonés, ex jugador de póker chiribito, adalid de los buitres y poeta, publica en Anagrama ‘Besos humanos’, una selección de sus textos narrativos

El escritor Francisco Ferrer Lerín, entre Sílvia Sesé y Ignacio Echevarría, presenta la novela 'Besos humanos' en Barcelona.

Besos humanos, la cuidada selección de textos narrativos de Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) que publica Anagrama ha de servir para que un público amplio conozca a un escritor único, inclasificable, hasta ahora secreto, de culto, aureolado de una rareza legendaria. Así lo han expresado en Barcelona al presentar el libro su editora Sílvia Sesé y su “crítico-escolta”, como se definió él mismo, Ignacio Echevarría, que se ha encargado de seleccionar los escritos de Ferrer Lerín y firma un epílogo sobre el autor. Son medio centenar de textos de muy diferente extensión, desde las pocas frases e incluso líneas a las varias páginas, escogidos de cerca de medio siglo de producción y que se presentan sin más elemento en común que su carácter narrativo –no se incluye poesía- y ordenados no argumentalmente sino mediante un subjetivo sentido del ritmo, una "musicalidad".

En Besos humanos el lector puede encontrar desde divagaciones oníricas y micro relatos casi aforísticos hasta una prolija revisión de la historia de la Bête de Gévaudan -el célebre monstruo que aterrorizó al Bearne francés en el XVIII-, pasando por las aventuras del propio Ferrer Lerin cuando acarreaba carne de animales muertos del zoo para un muladar clandestino. También textos inclasificables o de difícil adscripción genérica e incluso herméticos, aunque siempre dotados de un poderoso atractivo estilístico y de lenguaje y caracterizados, según enumeró Echevarría, por una inminencia, una violencia sorda y un erotismo salvaje a veces teñido de escatológico. Elementos todos ellos “muy adictivos”.

En el libro figuran desde una revisión de la historia de la Bête de Gévaudan hasta las aventuras del propio Ferrer Lerin cuando acarreaba carne de animales muertos del zoo para un muladar clandestino

Sesé y Echevarría se esforzaron en asegurar que con el volumen se desactiva la rareza del autor, que, consideraron, le enjaulaba, y se le recupera para el acervo de la literatura española como merece. “No es un raro, es novedosos, impactante y con una potencia bestial”, recalcó Echevarría, que advirtió que la antología significa meter en el cuerpo muy convencional de la narrativa española “una bomba de piezas no convencionales que emiten una radiación perturbadora y ponen en crisis nuestra propio concepto de ese género”.

Ferrer Lerín se encargó de dinamitar toda la presentación que le habían hecho y que cuestionaba su rareza explicando cosas como lo del artefacto masturbador Vórtex (título de una de sus obras que después vio que estaba registrado como marca comercial), “que se conecta por lado a un electrodoméstico y por otro a las partes pudendas a fin de obtener placer mientras se hacen las tareas caseras”. Habó asimismo de sus extravagantes aventuras ornitológicas o sobre la mesa de juego como profesional de póker modalidad chiribito, de la vez que le ofrecieron un ayudante y resultó que ciego o del episodio de la muerte del catedrático que iba a dirigir su tesis, acuchillado a manos del bedel con quien tenía un affaire y que se bañaba prácticamente en Varon Dandy. Aseguró haber visto como la sangre fluía bajo la puerta del despacho del catedrático y ante las caras de estupor y escepticismo zanjó: “La verdad siempre supera a la ficción, me preguntan si es verdad porque no me conocen”.

También dijo que tenía encima de la televisión hasta que la tiró a un contenedor de basura una copa que le acreditaba haber quedado finalista en un concurso de rock & roll. A Ferrer Lerín, que nunca despertó sospechas en sus vecinos de la calle Aribau, como quien firma estas líneas, nada le parece suficientemente extraño, ni siquiera él mismo, que apareció en el panorama literario español ya armado, como Atenea saliendo de la cabeza de su padre, ya hecho como escritor y desde entonces no ha evolucionado porque no había ya necesidad, tan completo y redondo es su mundo y su estilo. “Escribir como lo hacía hace cincuenta años no me preocupa”, dijo, tras recordar que estuvo 33 años sin publicar y revelar varias interioridades editoriales como las veces que le rechazaron una obra Jorge Herralde y “mi amigo Pedro Gimferrer”.

. Apuntó que se ha acuñado un término para sus textos, “casos”, que son “prosa cerrada con gran carga onírica y humor”. Ante la pregunta de por qué querría vulgarizarse un escrito de culto meditó que en realidad está preocupado por dejar de ser secreto. Explicó que ha acabado un nuevo volumen de poesía que publicará Tusquets y que probablemente será el último, pues cree que ya no puede ofrecer más en el género. Reflexionó que "en España todo el mundo es poeta", aseguró  que hay censados en el país "un millón doscientos sesenta mil poetas" y que en algunos lugares, como en Totana, Murcia, detalló, “la densidad llega los siete u ocho por metro cuadrado”.

Dijo que no juega ya al póker desde que un hijo le afeó haber dejado sin vacaciones a un amigo por desplumar a su abuelo en el casino de Jaca

Ferrer Lerín recordó que lleva años recluido en Jaca, que mantiene como “cabeza de puente”, desde que en 1968 fue allí de becario del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) como ornitólogo de campo para hacer la lista patrón de aves del Pirineo. Rememoró que el organismo estaba entonces en manos del Opus Dei y les hacían ir a la capilla “y las mujeres no se podían sentar en las reuniones y las limitaban a preparar el té”. Se enorgulleció de haber sido pionero en el campo del ambientalismo en España y haber trabajado decisivamente para la recuperación de los muladares. Habló de su deslumbramiento con las aves necrófagas (“¡no las llaméis pajarracos!”) que le llevó a dejar la herpetología por la ornitología y a convertirse en ferviente defensor del buitre leonado llegando a entrar en lo delictivo suministrando carne a muladares clandestinos. De su vida en el póker, en el que empezó para financiar los muladares, dijo que no juega ya desde que un hijo le afeó haber dejado sin vacaciones a un amigo por desplumar a su abuelo en el casino de Jaca.

En un largo pero apasionante monólogo que ni él mismo –como confesó- sabía qué sentido o dirección tenía (incluso explicó que luego iba a conocer a sus consuegros y que Pasqual Maragall le propuso una vez ocupar un cargo político y Jaume Matas la consejería de Medio Ambiente de Baleares), Ferrer Lerín habló de Barcelona, su ciudad pese a todo, a la que le encuentra la pega del turismo masivo. Y del terror, género al que se declara muy aficionado, tanto de la literatura como el cine. Aunque afirmó que su influencia más directa es el mundo de los sueños.

De los monstruos recordó que su padre era médico con interés por lo teratológico y coleccionaba muestras de malformaciones en botes de cristal. Su escritor de referencia es Borges, y en poesía Saint John Perse. No obstante, señaló que le interesa especialmente el "terreno preliminar" de la historia. "Prefiero leer una guía sobre los montes de Toledo que una novela sobre ellos. Me interesan las palabras cuando aún no son literatrura”. Sin pelos en la lengua, el escritor se quejó de la falta de educación del público en el cine, de la gente del campo que ve la naturaleza como enemiga y es "ruin", de la cetrería,” anacrónica y no sostenible”, y hasta criticó el procés desde su indiscutible, recalcó, condición de catalán con familia de la seva. Afirmó que si tuviera que votar lo haría por Ciutadans. Preguntado sobre la crueldad de sus textos respondió que "de crueldad nada, la naturaleza es cruel, claro, pero yo no me recreo en ello. Soy buena persona y creo en el ser humano, individualmente, aunque hay demasiados”.

 

 

 

Fantasía, belleza y riesgo

Éxito de la presentación en Barcelona del Cirque du Soleil con ‘Totem’, un espléndido alarde de imaginación

Un momento de Totem, el espectáculo del Cirque du Soleil. CARLES RIBAS

En un ambiente que no invitaba precisamente a ir al circo arrancaron el viernes las representaciones en Barcelona de Totem, el nuevo espectáculo del Cirque du Soleil que recala en la ciudad (Districte Cultura de L'Hospitalet, hasta el 20 de mayo). La crispada situación en el exterior por las nuevas detenciones se trasladó en los momentos iniciales al interior de la gran carpa blanca con gritos de “llibertat presos polítics” que fueron coreados por buena parte del público. La coyuntura provocó también que el estreno barcelonés quedara deslucido como acto social, con poca presencia de rostros populares y casi absoluta de políticos. Al espíritu atribulado de la velada contribuyó el trágico recuerdo de la reciente caída mortal del acróbata Yann Arnaud mientras representaba otro montaje de la compañía, Volta, en Tampa, Florida, y al que se le recordó por megafonía antes de comenzar la función.

Dicho todo esto, desde el punto de vista del espectáculo, la fiesta fue completa. Totem es una creación magnífica, llena de espectacularidad, imaginación, magia y proezas físicas, envuelta en una espléndida teatralidad que trasciende la estética un tanto hueca, relamida, que ha caracterizado otras producciones del Cirque du Soleil. El mérito hay que dárselo sin duda al autor y director del espectáculo, el gran Robert Lepage, viejo conocido del público teatral barcelonés. El montaje, sin perder el sello de calidad y la lujosa producción, con fastuoso despliegue de tecnología (la cúpula de huesos, esa rampa semoviente que se despliega como un ser vivo o la cola de un dragón, las proyecciones que convierten el suelo en mar), que caracteriza a la compañía canadiense, tiene un algo de retorno a los orígenes circenses, con el foco puesto en la audacia y el más difícil todavía.

Totem se centra en el tema de la evolución y hace aparecer a Darwin (“El Científico”) asistido por un chef de piste ecológista y crack del diábolo, en un simpático batiburrillo por el que discurren también monos y homínidos salidos de 2001 y de En busca del fuego (muy gracioso el gag en que forman la famosa imagen de la línea evolutiva del simio al ejecutivo). Los personajes emblemáticos son una especie (y valga la palabra) de humanoides anfibios virtuosos de la barra fija que parecen surgidos de una fantasía colorista y vitalista (si ello fuera posible) de Lovecraft. Algunos de esos batracios que retozan en una feliz ciénaga primordial están inspirados visualmente en salamandras o en las famosas y vistosas ranitas punta de flecha de Centroamérica y América del Sur. A destacar un ser impresionante cubierto por un body y mallas de miles de cristales reflectantes y que desciende de la cúpula de la carpa para llevar la chispa de la vida a la Tierra.

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La otra gran línea argumental de Totem son las culturas amerindias personificadas en personajes que aluden a diferentes tribus, de las llanuras, de los bosques o de los cultivadores, salidos de un western o de los relieves de Palenque, y que con sus bailes, cantos y tambores componen en buena parte la banda sonora.

El público aplaudió a rabiar, y más aún cuando los artistas elevaron las manos al cielo de la carpa

En todo caso, Totem no tiene en realidad más hilo argumental que la sorpresa, la belleza y el asombro. También el humor, con unos payasos realmente muy divertidos entre los que destacan Valentino, entrañable y provocateur hortera italiano que se insinúa a las mamás y hace las delicias de los niños, y El Pescador, con la empecinada seriedad de un Buster Keaton. La escena en que el segundo tripula una lancha y el primero hace esquí acuático es antológica.

Es difícil destacar un número circense en un programa en el que todos son sensacionales y ponen a menudo el ¡ay! en las gargantas. Las chicas sobre altos monociclos que recogen cuencos metálicos en sus cabezas, la inimitable (!) contorsionista, los buenísimos acróbatas de barra rusa caracterizados de extraterrestres fosforescentes con escafandras, el Tarzán antipodista... Pero si hay que mencionar especialmente a algunos es a los que vuelan sobre la pista: el vertiginoso trío con las anillas y el dúo de trapecistas. Después de lo de Florida hay que tener arrestos para subir allá arriba. Se pudo percibir una preocupación por la seguridad al recolocar los técnicos una colchoneta.

Lo único que no funcionó muy bien fue el cuadro multicultural con aire flamenco y toros: probablemente no era el día.

A la hora de llevarse una imagen de ese entusiasmante mosaico más de uno elegiría el número de los patinadores acrobáticos pieles rojas, él un guerrero y ella una bellísima princesa de su tribu, quizá cherokee, que llegan y parten en una canoa, puro El último mohicano...

Al finalizar el espectáculo, el público aplaudió a rabiar y más cuando los artistas elevaron las manos, en señal de homenaje, al cielo de la carpa.

 

 

Atrapados en el Ártico, nadie podía oír sus gritos

La serie ‘El Terror’, producida por Ridley Scott y basada en la novela de Dan Simmons, revive la tragedia polar y el misterio de la expedición Franklin mezclando historia y ficción y añadiendo un monstruo

The Terror Serie
Una escena de la serie 'El Terror'.

Pocas aventuras reales hay tan escalofriantes como la que cuentan, añadiéndole unas buenas dosis de ficción e inventándose un monstruo, la nueva serie televisiva El Terror -producida por Ridley Scott, estreno en España el 3 de abril, canal AMC- y la novela del mismo título de Dan Simmons en que está basada. Es la famosa y terrible historia de la última expedición al Ártico del explorador británico sir John Franklin, al mando de los barcos Erebus (el buque insignia) y Terror. El hielo se tragó al capitán, sus navíos y los 128 hombres que se adentraron con ellos en el laberinto ignoto de tierras desoladas y mar con artera tendencia a congelarse que se alzaba como un sudario en el extremo norte de Canadá, en el mismísimo patio trasero del polo Norte. La novela y la serie conjugan maravillosamente el ambiente de las novelas de la Royal Navy de Patrick O’Brian y Master & commander (al cabo la de Franklin era una expedición de la Armada) con la aventura polar real y una trama espeluznante digna de un Stephen King. Ridley Scott se ha encontrado muy cómodo con una historia sobre una expedición perdida en un mundo hostil que es acosada por un monstruo de aspecto indefinido. Como en Alien, de los expedicionarios de Franklin atrapados en el Ártico nadie podía oír sus gritos.

La última vez que se vio a los barcos de Franklin (a excepción de algunos vagos relatos esquimales), el 28 de julio de 1845, navegaban orgullosa y confiadamente, según contaron unos balleneros que se los cruzaron, al oeste de Groenlandia, en la bahía de Baffin, dirigiéndose como dos grandes avispones –los cascos estaban pintados de negro con una gran franja amarilla- a la entrada del estrecho de Lancaster. Desde ahí iban a acometer su misión: la búsqueda y travesía por el archipiélago septentrional canadiense del denominado Paso del Noroeste, el Grial Ártico, la soñada vía navegable que permitiría viajar del Atlántico al Pacífico para establecer una ruta comercial con China y Japón. Desaparecieron, se evaporaron en esas latitudes letales en las que la blancura y la oscuridad se conjuran para aplastar cuerpos y almas. Se los buscó obstinadamente, convertido el enigma de dónde se habían metido toda esa gente y sus poderosos barcos en la gran obsesión de la época victoriana (de manera parecida a como preocupó luego la suerte de Livingstone). Pero pasaron casi diez años antes de que se volviera a tener noticias de ellos y, como era previsible, no fueron buenas: habían muerto todos, los 129 (de Gran Bretaña partieron 133 pero 4 se quedaron en Groenlandia), y algunos habían tratado de sobrevivir comiéndose a sus compañeros, como acreditaban, para pasmo de la sociedad británica, huesos descarnados y restos hallados en ollas que aparecieron entre los escasos testimonios desperdigados por el corazón del Ártico. Un drama digno de Poe, Melville o Conrad, ecos de los cuales, y de otros como Lovecraft o el Frankenstein de Mary Shelley, hay en El Terror.

Desde entonces, se ha tratado de resolver el misterio del desastre y averiguar qué pasó exactamente, cómo pudo sucumbir de manera tan absoluta una expedición de la Marina británica tan minuciosamente preparada y equipada (llevaba provisiones para tres años y hasta una biblioteca, en el Erebus, de 1.700 volúmenes). Pese a que se han descubierto algunas cosas, entre ellas un bote-trineo con dos esqueletos descabezados y un ejemplar de El vicario de Wakefield, de Oliver Goldsmith (uno se hubiera llevado, aunque aún no se había escrito, La Venus de las pieles, que da más calor), y en 2014 y 2016 aparecieron, sumergidos, los propios barcos (hallazgo que se ha comparado por su importancia con el de la tumba de Tutankamón) sigue habiendo muchos, demasiados blancos (y valga la palabra) en el relato.

Tobias Menzières (capitán Fitzjames), en una escena de 'El Terror'.

De esos vacíos se aprovechó en 2007 para reescribir la historia en El Terror Simmons (Peoria, Illinois, 1948), un espléndido autor de literatura fantástica y hábil mezclador de géneros, con novelas tan inquietantes e inolvidables como La canción de Kali o Hyperion (y sus secuelas), una obra maestra de la ciencia ficción. Simmons ha publicado asimismo una asombrosa historia sobre el fantasma de Custer que se introduce en el cuerpo de un joven sioux (Black Hills), una revisión en clave fantástica de la Ilíada (Ilión) y otro “libro frío”, The abominable, sobre una expedición al Everest tras el fallido intento de Mallory e Irvine (también con elementos sobrenaturales).

El Terror es un magnífico novelón de 760 páginas (Roca Editorial, 2008) que resigue minuciosamente, con un dominio portentoso de la documentación histórica, hálito épico y casi más metáforas de blancura que Moby Dick (hay varias alusiones a la obra de Melville), el drama de Franklin y su expedición tomando como especial protagonista al originariamente segundo al mando (y capitán del Terror), el también ya célebre explorador polar Francis Crozier, descubridor de la Antártida con James Ross cinco años antes. La novela, que luego traza diversos flash backs, arranca en octubre de 1847, a -45 grados (llega a ¡ -75!) y con los dos barcos ya atrapados en la banquisa y a un kilómetro de distancia uno del otro. Simmons describe de manera sensacional el paisaje de pesadilla –y a la vez fascinante- y los efectos del frío tremendo: los dientes que explotan de tanto castañetear, los suspiros que se convierten en cristales de hielo y caen sobre cubierta como minúsculos diamantes, la carne expuesta que se congela inmediatamente y se queda pegada a cualquier superficie metálica.

El hombre que se comió sus botas

Franklin es uno de los grandes héroes de la historia e la exploración, aunque acabó mal. En su última expedición con el Erebus y el Terror estaba ya al final de su carrera y regresaba al lugar donde consiguió fama. Cumplió 60 años durante la misión. Tenía detrás un pasado con grandes hazañas, incluido el haber participado en la batalla de Trafalgar como oficial de señales del HMS Bellerophon y algún sonado fracaso, como su periodo en el cargo de gobernador de la Tierra de Van Diemen (hoy Tasmania), del que salió desprestigiado y con fama de calzonazos.

Realizó cuatro expediciones al Ártico, tres como comandante. En una de ellas, en 1819, buscando por tierra el dichoso paso del Noroeste, estuvieron a punto a punto de morir de hambre él y sus acompañantes, alguno de los cuales cayó en el canibalismo, toda una premonición. La Prensa le acuñó entonces a Franklin el apodo de “el hombre que se comió sus botas”, pues eso hizo, hervir y comerse el cuero de su calzado. Su misteriosa desaparición en 1845 y la campaña que promovió su mujer para rescatarlo –que incluyó implicar al Almirantazgo, a EE UU, médiums y hasta a Dickens- lo elevaron a la categoría de superhéroe, un Arturo hiperbóreo esperando dormido en su Avalon de hielo (donde sigue).

Su prestigio quedó algo empañada tras conocerse que la expedición del Erebus y el Terror se había entregado a la antropofagia, pero toda Inglaterra suspiró de alivio al saberse que Franklin había muerto antes de que se llegase a esos extremos gastronómicos.

Desde las primeras páginas descubrimos que, aparte de lo malo, malísimo de la situación, hay una entidad aterradora, un depredador blanco de grandes garras (inicialmente creen que es un gran oso polar), que acecha en el páramo de hielo y va matando expedicionarios que bautizan a la cosa El Terror. La introducción de ese monstruo de aspecto inconcreto, vagamente osuno, con ojos de tiburón y aliento podrido, en la historia real, que se mezcla también con elementos de chamanismo ártico, añade un elemento terrorífico y sobrenatural que da mucho juego. Simmons ya había creado otro monstruo antológico en Hyperion, el Alcaudón. La bestia El Terror, denominada por los esquimales Tuunbaq, recuerda al Wendigo de los cuentos algonquinos, curiosamente relacionado con el canibalismo.

Alegoría pictórica de la destrucción de la expedición Franklin.

La serie, espléndida, sigue bastante al pie de la letra en sus diez capítulos la propuesta de Simmons, monstruo y presencia femenina -una reservada esquimal, bautizada Lady Silenciosa (Nive Nielsen)- incluidos. Pero presenta la historia de manera más cronológica y necesariamente simplificada, desarrollando la aventura desde el principio y añadiendo un conflicto de mando y de clase entre Franklin (Ciarán Hinds), al que se presenta, en connivencia con su subordinado James Fitzjames, considerado el hombre más apuesto de la Marina Real (Tobias Menzies), como inflexible, estirado (en realidad era bastante simpático, un tipo encantador y benévolo) y algo majadero, y Crozier (Jared Harris), que advierte desde el principio en qué lío se están metiendo, aunque tiene una acusada tendencia irlandesa a empinar el codo.

Las imágenes, fascinantes, con una recreación espectacularmente precisa de lo que era una expedición naval del XIX (incluido su  anticuado vestuario polar), auroras boreales, parahelios, tormentas y fuegos de San Telmo, muestran los barcos en inquietantes planos cenitales rodeados de la fantasmagórica inmensidad del Ártico y el hielo crujiente, la esforzada vida de las tripulaciones, los ataques de la criatura que tiñen de sangre la nieve, un buzo que se sumerge bajo el hielo para reparar el timón, un extravagante e impío carnaval, alguna relación impropia (según los estándares de la Marina Real) y los habituales azotes con el látigo (las salpicaduras rojas se congelan en el aire), motines y detalles cómo el de Crozier arrancándose la piel alrededor del ojo al bajar el catalejo y otro oficial dejándose la de la palma de la mano tras apoyarla sin guante en la regala. A los cinco minutos del primer episodio ya tenemos un muerto al caer de un mástil y un marinero con escorbuto.

El capitán Franklin.

La serie no deja de presentar a las tres mascotas históricas a bordo del Erebus: un perro (Neptuno), un gato y un mono (sin contar las ratas, que prosperan en el cada vez más nutrido depósito de cadáveres del barco). El mono, Jocko, fue un regalo a su marido de Lady Franklin (en la pantalla Greta Scacchi), la corajuda y terca mujer que no cejó en su empeño de averiguar el destino de su marido movilizando al Almirantazgo y al Consejo Ártico y que aparece en flash backs y secuencias paralelas.

De la desaparecida expedición histórica de Franklin se tienen algunos datos seguros gracias al mensaje escrito que dejaron en un recipiente dentro de un montículo de piedras (cairn) en la Tierra (isla) del Rey Guillermo y que se halló una década después. Sabemos por la nota que el Erebus y el Terror quedaron atrapados en el hielo en 1846 en el embudo del estrecho Victoria, un perverso cul de sac geográfico, y, tras dos inviernos sin que se abriera la trampa, ambos barcos fueron abandonados en abril de 1848. Las tripulaciones trataron de salvarse dirigiéndose a pie y arrastrando los botes de los barcos (por si encontraban en el camino aguas abiertas) en grandes trineos tirados esforzadamente a mano, hacia el sur. Para entonces, informaba el texto, Franklin (el 11 de junio de 1847), 9 oficiales y 15 marineros habían muerto. Se desconocen las causas de los fallecimientos (lo que da pábulo a Simmons y a la serie de Ridley Scott a imaginar que ayudó su monstruo) pero, desde luego, la mortandad era muy grande para una expedición de la Armada que tenía que estar aún bien pertrechada.

La localización de la tumba de Franklin, al que sus hombres debieron sepultar con solemnidad (en la serie lo hacen con su pierna, y no digo más), es uno de los grandes misterios (misterio en el misterio) que le queda por resolver a la historia de la exploración y la arqueología. Es posible que, al cabo un marino, lo entregaran al mar, abriendo un agujero en el hielo (en la serie se celebran varios entierros de esa manera). Pero si le cavaron un sepulcro y lo enterraron metido en un ataúd encontrarlo sería la reoca. De momento en la abadía de Westminster hay un memorial en su honor con unos versos de Tennysson: "Not here, the white north has thy bones; and thou, heroic sailor-soul, aty passing on thine happier voyage now toward no earthly pole".

El cadáver congelado de John Hartnell, uno de los tres primeros miembros de la expedición Franklin en morir, enterrado en la isla de Beechey en 1846 y examinado en 1980.

El hallazgo de tres tétricas tumbas de marineros de Franklin (John Torrington, John Hartnell y William Braine) en la isla de Beechey, donde los barcos hicieron la primera invernada en 1845 antes de seguir adelante y quedar presos, seguramente al encontrarse unas condiciones climatológicas excepcionalmente malas, permitió analizar los cuerpos que contenían y que gracias al frío se habían preservado maravillosamente (desde un punto de vista forense, porque en realidad son espantosos, con unas muecas eternas dignas de The Walking Dead). La autopsia, en los pasados ochentas, reveló altas dosis de plomo y se especula con que lo que contribuyera a matar a esos marinos y luego a los otros fuera la toxicidad provocada por las soldaduras en las latas de alimentos que llevaba en cantidades industriales la expedición.

La novela y la serie se abonan en parte a esta hipótesis y siguen a los 105 supervivientes, comandados por Crozier en la marcha desesperada en busca de una salvación que, sabemos, no se produjo (aunque tanto la novela como la serie dan sorpresas). Fue durante esa orgía de sufrimiento, tan británica (luego la revivirá Scott en su penosa retirada del Polo Sur: Simmons se permite algún guiño con Oates), que el grupo de harapientos y famélicos cadáveres ambulantes se fue disgregando a medida que unos morían con las encías negras de escorbuto y otros trataban de buscar alternativas a la ruta escogida. Las expediciones de búsqueda y los arqueólogos modernos han ido encontrando testimonios dispersos de esa marcha de la muerte por una tierra baldía de la que se alejaban hasta los esquimales. Algunos inuit todavía creen que la tragedia de la expedición, cuyo eco permanece en su tradición oral, contaminó espiritualmente la región (hoy Nunavut) y consideran que encontrar a Franklin y a los demás y enviar sus restos a Gran Bretaña devolvería la paz a esas tierras.

Cuando las cosas se ponen feas en El Terror surge con el miedo y la desesperanza lo más abnegado pero también lo peor de la gente, especialmente del gran villano de la función, el ayudante del calafatero y ávido caníbal Cornelius Hickey. Llena de personajes secundarios, algunos inolvidables como el patrón de hielo Blanky (real) con su pata de palo, hasta ser una historia coral (como lo fue en realidad la de la expedición de Franklin), en la trama adquiere un protagonismo especial el ayudante de cirujano y naturalista doctor Harry Goodsir.

La novela y la serie incluyen varios elementos en la trama que coinciden con los descubrimientos más recientes acerca de la expedición: que los inuit, los esquimales, les observaban atentamente (y les producían pavor: los monstruos eran ellos) o que algunos tripulantes trataron de dar la vuelta y regresar a los barcos varados en el hielo.

Los barcos perdidos y encontrados

El HMS Erebus (1826) y el HMS Terror (1813) son dos de los barcos más legendarios de la historia de la navegación, hasta los mencionan el capitán Nemo en 20.000 leguas de viaje submarino y Conrad en El corazón de las tinieblas. Eran originalmente unos feos buques de la Armada dedicados a bombardear objetivos, para lo que portaban grandes morteros además de cañones. El Terror de hecho sirvió en la guerra de 1812 contra EE UU y participó con la flota de Cochrane en el bombardeo de Fort MacHenry (Baltimore) que inspiró el poema The star spangled banner convertido en el himno nacional estadounidense. Los navíos fueron adquiridos por su fortaleza para expediciones polares y se los reforzó a  fin de que fueran capaces de sobrevivir en el hielo. Juntos sirvieron en la expedición de James Clark Ross de 1840-1843 a la Antártida en la que Crozier mandaba el Terror. El volcán Erebus y el monte Terror fueron bautizados en honor a ellos. También hay un cráter Erebus en Marte que recuerda al barco. La verdad, ambos navíos tenían nombres bastante inquietantes y que no auguraban nada bueno. Erebus es como denominaban los griegos a una zona del infierno y Terror no precisa de más aclaración.

Para su expedición de 1845, Franklin hizo convertir los buques en prodigios tecnológicos de la época, dándoles aún más solidez, instalándoles calderas de locomotoras para que pudieran navegar no solo a vela sino a vapor y equipándolos con todos los elementos y comodidades (desalinizadoras, estufas modernas, unas despensas pantagruélicas con más de cuatro toneladas de chocolate, incluso equipo de música –un órgano de mano-) que garantizaran pasar sin problemas una larga temporada en el Ártico (que resultó ser en verdad larguísima).

El paradero de los barcos atrapados en el hielo y abandonados fue un misterio hasta que en 2014, tras una larguísima búsqueda que incluyó tecnología punta (el Artic Explorer, un robot submarino), una misión canadiense (Canadá estaba muy interesado en encontrar los barcos para legitimar su soberanía en amplias partes del Ártico) halló el Erebus bajo el agua, a 11 metros, en el Golfo de la Reina Maud. Justo dos años después aparecía también el Terror, en la bahía que, curiosamente, lleva su mismo nombre, al sudoeste de la isla del Rey Guillermo, 92 kilómetros al sur de donde la nota hallada de la expedición de Franklin decía que habían sido abandonados los dos barcos y a 50 kilómetros de donde se encontró el Erebus. Si los movió el hielo flotante o los tripulantes que habrían vuelto, aún se ignora. Se los sigue excavando. Los barcos se hallan en muy buen estado y de ellos se han podido extraer ya objetos como cañones y la campana del buque insignia.

El Gobierno británico cedió la propiedad de los barcos a Canadá en 2017, aunque reteniendo algunas reliquias, cualquier oro que pueda hallarse y el derecho a repatriar los restos humanos. En el hallazgo del Terror fue decisiva la información de un cazador inuit que había visto un mástil sobresaliendo del hielo y en los descubrimientos ha influido el cambio climático que provoca que en la zona el mar esté libre de hielo más a menudo. De momento, no está previsto reflotarlos aunque ahora la serie de Ridley Scott los va a convertir en muy populares.

 

 

 

La novela póstuma de Kerr trata sobre el Holocausto de los judíos griegos

La última aventura del detective Bernie Gunther creado por el autor fallecido el viernes se publica en inglés el 3 de abril

El escritor Philip Kerr.

Una última oportunidad (a no ser que exista algún texto inédito) para leer las aventuras de Bernie Gunther que escribía el autor escocés Philip Kerr, fallecido el viernes a los 62 años a causa de un cáncer: el próximo día 3 aparecerá en inglés su última novela de la serie del inolvidable y encallecido detective que trabaja, con gran repugnancia por lo pardo, en la Alemania nazi, Greeks bearing gifts (Quercus), la decimotercera, y ahora, desgraciadamente, póstuma.

Esa última novela, que editará en España, como todas las de la serie RBA (aún tiene por publicar la penúltima, buenísima, Prussian Blue) y que se titula irónicamente parafraseando el célebre dicho clásico sobre que hay que desconfiar de los regalos de los griegos (por el caballo de Troya), arranca con Gunther en Múnich en 1957 trasmutado en empleado de una compañía de seguros y trasladándose a Grecia para investigar la reclamación por el hudimiento de un barco que había pertenecido a un judío deportado a Auschwitz. El caso le llevará a Tesalónica y a la terrible historia de la deportación masiva de su población judía durante la Segunda Guerra Mundial.

Será sin duda una buena despedida (habrá que leerla poquito a poco) de uno de los personajes más carismáticos e insólitos de la novela policiaca contemporánea, y de su autor, al que millones de lectores en todo el mundo ya echan de menos. Para consolarse algo de la pérdida, de esos dos grandes tipos que nos dejan, queda la serie entera, aunque ahora ya nunca sabremos qué final preparaba Kerr para Gunther, y los planes de hacer una serie de televisión con ella (se habla de que la realizarían la alemana Sky TV y HBO y la produciría Tom Hanks).

Decía que le gustaría ser recordado por haber escrito Grandes esperanzas, pero que desgraciadamente ya lo había hecho Dickens

Quedan también los muchos otros libros de Kerr, pese a que los aficionados a la saga estelar del deslenguado, irónico, trágico y a su manera, muy moral detective obligado a convivir con la barbarie nazi, difícilmente se han engachado con, por ejemplo, las historias de su otra serie policiaca, ambientada en la Premiere League y protagonizada por el entrenador del imaginario London City. De esta serie, que Kerr escribía, dijo, intentando reenganchar a los hombres con la lectura, precisamente se acaba de publicar un nuevo título en España, Falso nueve.

Ambas series, no obstante, comparten la ironía y tener algún notable pasaje erótico, como el del asombroso polvo de Gunther con la actriz favorita de Goebbels en La dama de Zagreb o el del entrenador Scott Mason explicando la experiencia de una felación cuando la oficiante acaba de tomarse un Martini helado.

Decía que parte del éxito de la serie estaba en los nazis, que eran como Drácula pero reales

Philip Kerr, graduado en Derecho y Filosofía, y que había trabajado en publicidad, no solo tenía infinidad de lectores en castellano sino que viajaba con frecuencia a España para presentar sus libros, participar en BCNegra o recoger el Premio RBA en 2009 por Si los muertos no resucitan. Kerr, un hombre extremadamente simpático, dotado de un gran sentido del humor y al que le gustaba la buena vida como podemos atestiguar los que hemos tenido el privilegio de haber compartido mesa y copas con él (e incluso en una ocasión extraordinaria, en Berlín, el postre favorito de Hitler, el Kaiserschmarrn, empalagoso auque sin duda peor era la Blitzkrieg), escribió otras novelas de tanto éxito como Esaú y Una investigación filosófica. Decía que le gustaría ser recordado por haber escrito Grandes esperanzas, pero que desgraciadamente ya lo había hecho Dickens. También bromeaba con su aspecto muy poco escocés y decía que probalemente era descendiente de algún náufrago de la Armada Invencible.

Bernie Gunther, su gran criatura, Oscar Wilde en bruto y con una Walther PPK, como lo describió una vez, nació en 1989 con Violetas de marzo, que transcurría en 1936. Fue la primera parte de una trilogía de culto denominada Berlin Noir. El éxito hizo que Kerr continuara escribiendo aventuras de Gunther que sus lectores aguardábamos como agua de mayo. El secreto estaba, como Kerr reconocía, en los nazis, por supuesto (decía que eran como Drácula pero reales), pero sobre todo en el hecho aparentemente absurdo de que Gunther trataba de resolver asesinatos y hacer justicia en medio del regimen más criminal y la mayor matanza colectiva que se han visto. En esencia, era la historia de un hombre bueno (aunque cínico y mujeriego) tratando de hacer lo justo, pese a que pareciera inútil. De ese sentido moral Kerr decía que lo compartía: “Yo fui criado así”. Y añadía una consideración digna de su paisano Rob Roy: “Incluso en una lucha perdida puedes apuntarte algunos triunfos”. Kerr dominaba magistralmente los escenarios, los personajes y la historia de la Alemania nazi. Se documentaba obsesivamente. Pero lo que convierte en una delicia leer las novelas de Gunther es el vitriólico sentido del humor del personaje (y de Kerr, claro), con momentos realmente antológicos.

Es difícil decir qué epitafio haría Bernie Gunther para Kerr, que es como decir para sí mismo. Pero como el detective no es hombre de efusiones sentimentales, se habría guardado su desgarro y, tras encender un cigarrillo, hubiera soltado algo así como: “Ya se sabe que en este mundo, a la que te descuidas pasarás el resto de tu vida muerto”.

 

 

 

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